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Pablo Planas

El rey de los catalanes

Conviene repasar de tanto en tanto el discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017, una pieza memorable, magistral, histórica.

Conviene repasar de tanto en tanto el discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017, una pieza memorable, magistral, histórica.

Conviene repasar de tanto en tanto el discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017, y el quinto aniversario de la proclamación del Rey es una ocasión inmejorable para poner de relieve el valor histórico de las palabras que dirigió a los catalanes y al resto de los españoles. En aquellos días del golpe de Estado separatista, tanto el Gobierno del PP como el PSOE, las dos principales fuerzas políticas, brillaban por la incomparecencia flagrante y la pasmosa dejación de funciones de sus dirigentes, que aún tardarían semanas en ponerse de acuerdo en la aplicación de un 155 romo, timorato y vergonzante.

El Rey estaba solo y solo él salió al paso del desafío con una palabras cargadas de sentido, determinación y responsabilidad. Su intervención en aquella aciaga jornada de huelga general impuesta por los separatistas desde las instituciones que controlaban fue el aldabonazo que galvanizó la histórica manifestación del 8 de octubre, cuando un millón de personas plantaron cara en Barcelona a los propósitos separatistas.

De entrada, el Rey describió la situación con una precisión que haría sonrojar a Rajoy y a Pedro Sánchez:

Desde hace ya tiempo, determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su estatuto de autonomía, que es la ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno. Con sus decisiones, han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. Un Estado al que, precisamente, esas autoridades representan en Cataluña. Han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando, desgraciadamente, a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada.

Establecido el marco y el alcance de los hechos, el Rey impartió las oportunas instrucciones. "Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su estatuto de autonomía", dijo en una nada velada alusión a la inoperancia y desconcierto del Gobierno de Rajoy.

Acto seguido apuntó:

Sé muy bien que en Cataluña también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho en la defensa de su libertad y de sus derechos.

Se trató, en síntesis, de una pieza magistral, el discurso más importante en décadas de historia de España, la fe de vida de una Nación ninguneada por sus dirigentes, ridiculizada y machacada en no pocos medios de comunicación, maltratada por quienes debían velar por su vigencia y que emergió cinco días después en una manifestación insólita en la Barcelona de las exhibiciones coreanas del separatismo, en la capital de una región abandonada por los intereses espurios de unos Gobiernos socialistas y populares que entregaron Cataluña al cacique Pujol e hicieron la vista gorda ante la aplicación de un ingente programa de odio a España y los españoles.

Casi dos años después, las cosas han cambiado algo en Cataluña, pero poco. La defensa de España continúa en manos del Rey y los jueces, presionados por el Gobierno, esta vez del PSOE, para que sean condescendientes con quienes pretendían acabar con la democracia en Cataluña y con la unidad de España, que destrozaron la convivencia y quebraron la economía. El Rey se mantiene firme. La brutal campaña contra su figura que llevan a cabo las autoridades autonómicas y locales con el concurso de su sistema de enseñanza y de medios no ha impedido que comparezca todas las veces necesarias en Cataluña, región en la que más actos lleva a cabo, a excepción de Madrid. Ha sufrido toda clase de boicots ante la pasividad bovina de Pedro Sánchez, que consiente los desplantes de los Torra y las Colau en vez de poner en su sitio a unos sujetos que no alcanzan a representar ni a la mitad de los catalanes. Por eso el rey lo es de todos los catalanes, y especialmente de quienes dicen que no tienen rey.

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