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Javier Gómez de Liaño

Sinfonía de tenis y de algo más en Wimbledon

Estoy seguro de que Julio Urbina y Ceballos, inventor del duelo, se hubiera estremecido con el partido que ayer disputaron Federer y Djokovic en Wimbledon.

Estoy seguro de que Julio Urbina y Ceballos, inventor del duelo, se hubiera estremecido con el partido que ayer disputaron Federer y Djokovic en Wimbledon.
Novak Djokovic y Roger Federer en la previa de la final. | EFE

Estoy seguro de que Julio Urbina y Ceballos, marqués de Cabriñana, diputado en Cortes durante el reinado de Alfonso XIII e inventor del duelo, se hubiera estremecido con el partido que ayer disputaron Roger Federer y Novak Djokovic en la final del torneo de Wimbledon. Yo, después de verlos combatir en el césped de la catedral del tenis, lo primero que pensé fue que en este deporte el viejo mens sana in corpore sano sigue siendo verdad y que quienes aman las reglas del juego –de todos los juegos– disfrutarían viendo a ambos titanes competir por el triunfo final, que se decidió en el quinto y último set. Djokovic ganó y Federer perdió.

Contrariamente a lo que suele pensarse, entiendo que las victorias morales también forman parte de los triunfos y, a la postre, son una lección para alguien. Nada me extrañaría que a Novak Djokovic su victoria le haya servido para tener con Federer, compañero de fatigas tenísticas, el hermoso pensamiento de que un triunfo frente a Roger tiene doble valor.

Cuando el barón de Coubertin dijo que lo importante no es vencer sino contender, lo hizo a sabiendas de que el deporte, además de fortalecer los músculos, también tonifica el alma y agudiza la inteligencia. Nadie puede dudar de que Federer y Djokovic son dos magníficos jugadores. En ambos, el primero con 37 años y el segundo con 32, lo que destaca es su fuerte presencia de ánimo y ganas de trabajar en la pista. En el tenis, como en otras muchas actividades, el empeño y el sacrificio son las herramientas del éxito. Incluso me atrevo a decir que es un factor tan importante como la técnica.

Pero en Roger Federer, el perdedor de ayer, hay algo más. Me refiero a que con su conducta durante todo el encuentro, avalada por las palabras pronunciadas en la entrega de los trofeos y dirigidas al jugador serbio, demostró, y no es la primera vez que lo hace, ser un caballero. A todos nos enseñó que el deporte no debe tomarse como una cuestión de vida o muerte y que la derrota no lleva aparejados el fracaso o el deshonor. A diferencia de otros deportes donde las malas formas imperan, el día a día del tenis nos ofrece el agradable espectáculo del deportista. En la final del torneo de Wimbledon, los términos deportividad y educación han sido sinónimos. En el deporte el único que pierde es el que vuelve la espalda a lo que es y representa, o sea, ningún adversario por encima ni por debajo. Cualquier otro entendimiento que de él se tenga es antideportivo.

Roger Federer acaba de poner fin al penúltimo Gran Slam del año. El cuarto y último es el Abierto de USA, que se disputará a finales de agosto. Mientras el cuerpo le aguante y su ánimo no se oxide, seguirá siendo el de siempre, un caballero que llevará sus éxitos y sus derrotas en la sencillez y en la humildad, dos recovecos donde suelen esconderse las emociones más intensas.

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