En el impeachment de Trump, lo que pretenden los demócratas radicales que se adueñaron de su partido en la era Obama es matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, quieren librarse de Trump, si no derrocándolo, que es cosa difícil de lograr, pues necesitan dos tercios del Senado, dominado por los republicanos, sí ensuciando su imagen hasta hacerla inaceptable para los votantes moderados. El segundo pájaro es Joe Biden, el más moderado de los aspirantes demócratas. El objetivo es hacer posible la nominación de Elizabeth Warren, quintaesencia del pijiprogresismo de la Costa Este. La conducta de Trump ha podido ser todo lo censurable que se quiera. Pero quien sale peor parado es Biden, que no ha explicado qué hacía su hijo, un ignaro en materia de hidrocarburos, cobrando 50.000 dólares al mes de una corrupta compañía gasística ucraniana mientras su padre dirigía la política de ayudas a la desgraciada república exsoviética. Las consecuencias han sido inmediatas. Trump ha bajado en las encuestas, pero Biden se ha desplomado y hoy por hoy es la extremista Warren la candidata con más probabilidades de alzarse con la nominación. Si Trump se despeña en la consideración de la opinión pública o se ve obligado a dimitir, Warren podría alzarse con la presidencia, a pesar de ser los estadounidenses tan recelosos con todo lo que humee a socialismo.
Trump está siendo un desastre debido a sus deserciones. En Corea del Norte, tan sólo le ha demostrado a Kim Jong Un que puede libremente seguir amasando bombas atómicas, para alarma de japoneses y surcoreanos. A Irán le ha consentido derribar un dron norteamericano y secuestrar un petrolero británico en el Golfo Pérsico, además de bombardear unas refinerías saudíes, para horror de todos los que dependen del petróleo de Oriente Medio. En Venezuela ha escrito un manual para fanfarrones de esos que amagan y no dan. Ahora deja a los kurdos sirios a merced de los turcos, que podrían emprender un genocidio que no sería el primero de su historia. Esta política de retirada en todos los frentes, conforme al tradicional aislacionismo norteamericano, no es nueva. La inició Obama. Lo que pasa es que parece distinta porque, mientras Obama todo lo hacía a lo fino, incluso traicionar a Israel, Trump lo hace a lo bestia. Pero, en esencia, es la misma. Ambos han ido alejándose de Europa. Con Warren, sería todavía peor. Si esa política persiste, estaremos en manos de Rusia y China. Nuestra única esperanza era Biden, que, aunque izquierdoso y corruptillo, es puro establishment washingtoniano y, por lo tanto, proclive a respetar los compromisos asumidos por los Estados Unidos.
Cuando nos hayamos cansado de pasear los huesos de Franco, no estaría de más que nos ocupáramos de revisar nuestra política exterior y de defensa para tapar los agujeros que en los próximos años va a dejar la política estadounidense. Putin no deja de mirar con codicia hacia Europa, como siempre han hecho todos los gobernantes rusos desde Pedro el Grande. Y Xi Jinping ambiciona devolver a China la posición que tenía en Asia cuando era el Reino del Medio o de en medio, por su posición central, al que todos los demás de alrededor debían pleitesía. Si estamos mudos, como lo están también los Estados Unidos, ante el atropello de los derechos humanos en Hong Kong no es por estar distraídos, es porque no hay lo que hay que tener para toserle al gigante asiático. Mientras los pisoteados sean los hongkoneses, pase. Pero luego serán Taiwán, el Mar del Sur de la China, Filipinas, Vietnam y así sucesivamente. Y nosotros, subiendo los impuestos para poder pagar las pensiones.
No es sólo España, es toda Europa. Hay que espabilar.