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Cristina Losada

Qué divertido quemar la ciudad

Los dirigentes separatistas han soltado a los chicos de la gasolina para montar uno de sus escenarios favoritos: el escaparate que muestre al mundo el terrible conflicto que ha provocado el Estado español.

Los dirigentes separatistas han soltado a los chicos de la gasolina para montar uno de sus escenarios favoritos: el escaparate que muestre al mundo el terrible conflicto que ha provocado el Estado español.
EFE

Los graves disturbios en Cataluña son la prueba que los sentimentales aportan para su previo juicio sobre la sentencia: no ayuda. Los sentimentales ven todo esto con pena de amor, aunque lo han visto así desde el principio. Su consejo siempre ha sido el sentimiento, nunca la ley, nunca la fuerza, nunca el rechazo a las pretensiones de sus queridos independentistas. All you need is love y diálogo. Y, claro, ve tú a decirles que las sentencias no están para ayudar ni para dejar de ayudar, sino para condenar, si procede, al que ha cometido un delito. Luego, eso sí, pedirán las condenas más duras del mundo para los de La Manada. O para los corruptos del PP. El sentimiento no se fija.

Ahora, cuando los dirigentes independentistas han soltado a sus bandadas de adolescentes para que se diviertan quemando las calles de Barcelona, los sentimentales nos enseñan aún más su pena, penita impostada por los terribles daños que ha provocado la sentencia. No tanto los materiales, que esos, ya se sabe, no les importan –salvo cuando tocan lo suyo–, sino los afectivos y emocionales, los daños al amor, que es la sustancia que venden. Pero no nos engañe su gelatina. Están diciendo que los disturbios no los provocan los separatistas, sino la sentencia.

Igual que la alcaldesa Colau, que es el sentimiento encarnado. No sabía cómo decir que los que están incendiando Barcelona no son los que están incendiando Barcelona, y dio por fin con la manera. El pirómano, ha dicho, es Albert Rivera. Es instructivo ver cómo procesan la violencia callejera de los separatistas los que han sostenido la entelequia de su consustancial pacifismo. La violencia que preñaba el plan nacionalista y todo el proceso que culminaría en el otoño de 2017, esa la han negado devota y profusamente. Sin embargo, con la ciudad en llamas, ya tienen, aun con renuencia, que mirar al monstruito, si no de frente, de reojo. Verlos es ver la disonancia cognitiva en acción.

Los propagandistas más exaltados, las agitadoras con púlpito en los medios públicos catalanes, dicen que "así no" o que los disturbios son "imágenes intolerables" o que perjudican al independentismo. Durante años calentaron el material humano, lo llevaron al punto de ignición y ahora rehuyen las consecuencias. ¿Así no? Pero si los niñatos están haciendo exactamente aquello que les han pedido. Aquello que les han enseñado. Y se lo están pasando en grande mientras queman contenedores, coches o comercios, atacan a la policía y escapan como conejitos cuando, en algún momento, los antidisturbios usan una pequeña parte de sus medios. Han tener orden de no emplearse a fondo. Por lo de los sentimentales: no hay que exacerbar, no ayuda. Cuando es al revés: ayuda muchísimo.

Pero ¿cómo que así no? Fue así, sí. Los dirigentes separatistas han soltado a los chicos de la gasolina para montar uno de sus escenarios favoritos: el escaparate que muestre al mundo el terrible conflicto que ha provocado, de nuevo, el Estado español. Lo han hecho deliberadamente. Dieron el pistoletazo de salida a las protestas en una reunión que celebraron en Ginebra el prófugo Puigdemont, el suplente en la Generalitat y los partidos y organizaciones pantalla habituales. Allí acordaron lanzar la plataforma fantasma que, a través de una aplicación, está sirviendo para organizar los altercados. Con Guardiola de portavoz fuera de España. Con los agitadores de todos conocidos, dentro. Esas que dicen "así no" son las que han hecho posible que unos cuantos miles de adolescentes paralicen y quemen la ciudad en la que viven como si fuera un videojuego.

El proyecto separatista creció en Cataluña gracias a lo contrario del crecimiento, gracias a un cultivo constante de la inmadurez, gracias a una actitud y un comportamiento como los de los niños consentidos. Que sean los adolescentes, poco más que niños, los que hoy protagonizan la gran rabieta del separatismo, rompiendo lo que encuentran a su paso, es la expresión acabada del largo proceso de infantilización.

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