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Cristina Losada

Constitución elástica

Hay que abrir cauces. No para que el separatismo acepte el orden constitucional, sino para que el orden constitucional acepte la reclamación separatista.

Hay que abrir cauces. No para que el separatismo acepte el orden constitucional, sino para que el orden constitucional acepte la reclamación separatista.
Pedro Sánchez y su aliado comunista, Pablo Iglesias | EFE

He visto por ahí un vídeo de un diputado de la CUP rasgando unos folios donde se leía "Constitución española". "Española" con letras de mayor tamaño: es lo esencial. Si no fuera española, no problemo. Parece, sin embargo, que el acto sacrílego del diputado del Parlamento catalán tiene escasísima repercusión. No lo han secundado, de momento, ni sus dos compañeros recién iniciados al neoclasicismo del Palacio de las Cortes. Y eso que los partidos separatistas catalanes son, ahora mismo, los que de forma más abierta pretenden acabar con la Constitución. No, ciertamente, porque sea una mala Constitución, cosa que puede discutirse, sino porque es la de España. Siempre ha sido así, además. Prácticamente todos los que han tronado contra la Constitución y todos los que han querido liquidarla no tienen otro objetivo que la ruptura de España.

Ha habido un proceso intrigante. Hace unos años, la Constitución era objeto de ataques. Estaban los habituales, los separatistas, erre que erre, pero a ellos se unieron los restos de la extrema izquierda anticonstitucional, resucitados en Podemos. Fue el período en el que Iglesias pedía un proceso constituyente, reciclando viejas querellas. La Constitución sellaba, decían, la continuidad de la dictadura franquista, personificada en el sucesor, el Rey. Su elaboración, afirmaban, había estado determinada por una correlación de fuerzas favorable a los herederos del franquismo. Y puntos nodales de la misma, entre ellos, el artículo 2, el de la indisoluble unidad, no hacían más que reflejar aquella correlación y la tutela de los poderes fácticos de entonces. Resumen: había que cargársela.

La Transición y la Constitución han resultado, sin embargo, huesos duros de roer. Hasta el líder de Podemos empezó a reconocer que no existía el caldo de cultivo para cuestionarlas abiertamente. Lo explicaba diciendo que la sociedad española había interiorizado como un éxito la Transición y que ese juicio de valor, esa estima general, restaba toda utilidad al ataque directo. Su giro en relación al asunto constitucional acabaría por dar la imagen de Iglesias, en debate electoral, pidiendo el cumplimiento de la Constitución que unos años antes quería arrojar al vertedero de la Historia. Más recientemente, se declaraba defensor de la Constitución "social". Y decía: "Que España es plurinacional está en la Constitución y no hay que avergonzarse de ello". Qué desvergüenza.

El caso de Iglesias es un indicador. Si los hados no lo remedian, será vicepresidente. Pero es un indicador de por dónde van los tiros. Es decir: nada de tiros, nada de tiro al blanco en la feria contra la Constitución. Todo tiene que hacerse de modo encubierto. Como cuando Ábalos cuenta que con Esquerra no negocian "cesiones", sino que buscan un "cauce de expresión de tal forma que no sea necesario ni nadie tenga que recurrir a situarse fuera del ordenamiento jurídico". Hay que abrir cauces. No para que el separatismo acepte el orden constitucional, sino para que el orden constitucional acepte la reclamación separatista. Y todo ello sin alterar nada. Sin alterar, antes que nada, la Constitución. Para qué alterar cuando bastaría encontrar sus puntos elásticos.

No conviene alterar, porque no conviene alertar. El procedimiento de Zapatero, introduciendo un alien a través del Estatuto catalán, es hoy demasiado escandaloso. Hoy: con el separatismo postgolpe. Por eso, y por alguna otra cosa, repite Sánchez que todo en la Constitución, nada contra la Constitución y nada fuera de la Constitución. Si ya está en la Constitución que España es plurinacional, como dice su socio, para qué hacer cirugías invasivas o escenificar rupturas traumáticas. Sólo hace falta un poco de creatividad y mucha elastina para resolver el gran conflicto. Que no es con la Constitución, sino con España.

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