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Luis Herrero

La alianza útil

La tarea de Arrimadas consiste en devolver a Cs el valor de utilidad complementaria que Rivera dilapidó por una simple cuestión de ambición personal.

La tarea de Arrimadas consiste en devolver a Cs el valor de utilidad complementaria que Rivera dilapidó por una simple cuestión de ambición personal.
Inés Arrimadas. | EFE

Inés Arrimadas hereda un partido en estado de shock. No recuerdo un solo caso, en la historia política española, en que unas siglas hayan pasado directamente de la antesala del cielo (eran primeros en las encuestas de 2018) al infierno de la irrelevancia. Ni siquiera UCD vale como precedente. El partido de la transición ganó dos elecciones consecutivas y cumplió un papel imprescindible durante su existencia. El desgaste del poder, y sobre todo la consecución del objetivo que justificaba su razón de ser, lo borró del mapa tras un descalabro electoral morrocotudo que recuerda en parte el sufrido por Ciudadanos el pasado 10 de noviembre. Pero el partido de Rivera no venía de calentar los asientos del banco azul y, desde luego, no había alcanzado el objetivo que se había marcado.

En Cataluña, su lugar natal, nunca tuvo vocación de bisagra. El PSC se había escorado hacia el nacionalismo y el PP se mostraba incapaz de cubrir ese hueco que dejaba huérfanos a los votantes constitucionalistas. Ciudadanos acertó a llenar ese vacío. En pocos años se convirtió en el antagonista hegemónico del independentismo. En el resto de España, en cambio, donde el debate político no gira en torno a la cuestión territorial, el papel de Ciudadanos era distinto. Le votaban los socialistas cabreados con la deriva zapateril o sanchista y los peperos que estaban hasta el gorro de la inacción de Rajoy, pero sobre todo fue capaz de conectar con ese millón de españoles que fluctúa entre los bloques ideológicos y que inclina las balanzas electorales hacia un lado u otro en función de las circunstancias de cada momento.

Primero el CDS y luego UPyD nacieron con vocación de hurtarle a la vieja CIU y al sempiterno PNV el papel de complemento de las las mayorías de gobierno. Ciudadanos siguió su estela y se benefició del deterioro de las marcas del PSOE y del PP. Como en un momento dado ese proceso de deterioro se aceleró sobremanera, el crecimiento de Ciudadanos se hizo meteórico y Rivera perdió el oremus. Olvidó que su papel era el de complementar y lo cambió por el de sustituir. Durante el entreacto de las elecciones de abril y noviembre se desentendió de la gobernabilidad del país, dando por hecho que el PSOE acabaría pactando con Podemos, y se apostó entre las sombras con el único objetivo de arrebatarle a Casado la primogenitura de la Oposición durante el ejercicio parlamentario de la legislatura.

El electorado entendió que si Ciudadanos no servía como complemento de las mayorías insuficientes no servía para nada y decidió prescindir de él como se prescinde de un trasto inútil. Ahora, la tarea de Arrimadas consiste precisamente en devolverle a las siglas de su partido el valor de utilidad complementaria que Rivera dilapidó por una simple cuestión de ambición personal. ¿Pero cómo puede ser útil un partido que ha devenido en irrelevante? La respuesta es clara: ayudando a optimizar los resultados electorales. Dado que ex post no tendrá suficiente entidad para componer mayorías, no tiene más remedio que actuar ex ante, contribuyendo a que las fuerzas afines consigan los mejores resultados electorales posibles. Por eso es buena noticia que se haya puesto en marcha la convergencia con el PP.

No se trata de diluir la identidad propia de Ciudadanos en las siglas del principal partido de la derecha, sino de ayudar a fortalecer un dique de contención que evite que la alianza suscrita por el Gobierno social-comunista y ERC acabe con el Régimen del 78. Las tres elecciones que nos depara el calendario inmediato —Cataluña, Galicia y País Vasco— son los escenarios donde ha de ensayarse el experimento. Sería un error que en los tres se utilizaran fórmulas idénticas. En Galicia, por ejemplo, donde las siglas del PP tienen tirón suficiente, diluir la marca electoral en favor de otra acuñación del tipo Galicia Suma no tendría ningún sentido. Basta con que Ciudadanos no se presente, a cambio de incluir en las listas del Feijoo a algunos de sus candidatos, para que el bloque de la derecha afiance la mayoría que le predicen la encuestas.

En Cataluña, en cambio, sucede al contrario. Ciudadanos anaranjó el cinturón rojo de Barcelona y gracias e eso ganó las elecciones. Ahora está en horas bajas, pero su penetración en los feudos tradicionales del PSC sigue siendo un activo que perdería eficacia si acudiera a las urnas con una marca que pudiera interpretarse como una operación de blanqueo del PP. En el único sitio donde tiene sentido el cambio identitario es en el País Vasco. Allí, ninguna de las dos marcas tienen, por sí mismas, fuerza suficiente para ejercer un papel catalizador. Casi al contrario. Son siglas refractarias. Camuflarlas tras el rótulo de Euskadi Suma —o como quiera que deba llamarse la plataforma electoral de nuevo cuño— serviría para lavarles la cara. A elecciones distintas, fórmulas distintas. La optimización no es un modelo de fabricación en serie.

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