¿Qué hemos hecho los españoles para merecer políticos tan zafios? "¡Que se joda Ramón Sampedro!", rebuzna el necio desde la izquierda más obtusa para acusar a la derecha de regodearse en la crueldad. "Convierten al Estado en una máquina de matar", cocea el integrismo religioso de la derecha más reaccionaria para acusar a la izquierda de genocida. ¿Es tan difícil aceptar la existencia de personas que consideran una liberación adelantar la muerte cuando la vida es insoportable, y otras que consideran un deber moral ineludible hacer lo imposible por preservar la vida?
Ni es contradictorio ni es inexplicable. Son respuestas desesperadas de seres humanos en las circunstancias más dramáticas y dolorosas de sus vidas. ¿Por qué dudar de su buena fe, por muy diferentes que sean los valores de los que parten, si lo que se cuestionan son derechos individuales inalienables?
Cuando el hecho más trascendente de nuestras vidas, la muerte, es aprovechado por los políticos para hacer juicios de intenciones miserables contra el adversario, algo muy sucio emponzoña la democracia. Y nos empequeñece. No nos extrañemos de que los ciudadanos estén hasta el gorro de sus malas artes.
Un poco de claridad mental. La eutanasia no es de izquierdas ni de derechas, sólo la oportunidad de disponer de tu muerte como mejor consideres. En realidad, si el ser humano es dueño de algo, es de su vida, la única propiedad que nadie le puede arrebatar porque sólo la puede vivir él. Intentar embarrar el debate con juicios de intenciones miserables es negarse a plantear el hecho más trascendental de la vida, la propia muerte. Es negarse a admitir que es el atentado más flagrante contra la libertad individual. Tomen nota los liberales de conveniencia.
Si los políticos hubieran respetado una discusión limpia en el Congreso el pasado martes, los ciudadanos inadvertidos se podrían haber formado una opinión personal de tal asunto, y yo no habría malgastado tres cuartas partes del artículo en denunciar su impostura.
Afortunadamente, el lector al que le preocupe este tema puede encontrar en las líneas que restan pensamientos meditados sobre el particular. Tuve la oportunidad de presentar en 2009 la primera propuesta de derecho a una muerte digna en el Parlamento de Cataluña. De esa propuesta de resolución salieron las primeras disposiciones para despenalizar los cuidados paliativos, hoy afortunadamente generalizados en toda España, y elevar la petición al Congreso de los Diputados para regular la eutanasia. Once años después, los españoles tenemos la oportunidad de hacerlo.
Para los que se asusten ante la palabra eutanasia, han de saber que etimológicamente significa "buena muerte", y se entiende como la acción u omisión destinada a provocar la muerte de un enfermo, debidamente informado de su estado y pronóstico, a petición libre y voluntaria de éste, y con el fin de evitarle sufrimientos que le resulten insoportables.
Flaco favor hacen sus detractores cuando la utilizan para acusar a sus mentores de genocidas o de pretender acabar con los gastos dedicados a las personas de más edad. Es miserable engañar así a la gente. En la ley de eutanasia propuesta, como en cualquiera de las leyes actualmente en vigor en el mundo, el paciente es el único que puede decidir, dentro de un protocolo donde suplantarle o esquivarle es muy difícil y está penado. Como tampoco obliga a los médicos a aplicarla, al contrario, pueden acogerse a la objeción de conciencia. Creo que el mayor tributo que se puede hacer a la discusión es afrontarla con honestidad.
A esa primera reflexión parlamentaria de 2009 le han seguido otras en artículos de prensa que no se amparan sólo en el insufrible dolor de una vida quebrada, sino que la extienden al derecho a la muerte en cualquier circunstancia. Las personas han de tener derecho a disponer de su vida, también de quitársela. Siempre que no dañen a los demás. Cuando la vida no es vida, el derecho a una muerte digna es la salida más humana, aunque contradiga las leyes de Dios, y la de los hombres. Lo argumenté a propósito de la muerte de Blanca Fernández Ochoa. Sería bueno empezar por reflexionar en lugar de criminalizar a quien tiene valores distintos.