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Francisco José Alcaraz

En la muerte de Gabriel Moris

Luchó por la memoria, la dignidad y la Justicia debida a cualquier víctima del terrorismo. Muchas veces me comentaba: José, no te preocupes, si no hay justicia ahora, encontrarán la Justicia divina.

Luchó por la memoria, la dignidad y la Justicia debida a cualquier víctima del terrorismo. Muchas veces me comentaba: José, no te preocupes, si no hay justicia ahora, encontrarán la Justicia divina.
Gabriel Moris, junto con Federico J. Losantos, en una imagen de archivo.

Lo siento por quienes no hayan conocido a Gabriel Moris, no han tenido el privilegio de compartir amistad con una gran persona. Nacimos y nos criamos muy cerca, él en Guarromán y yo en Torredonjimeno, ambos en la provincia de Jaén; pero el lamentable destino hizo que nos conociéramos en unos de los momentos más desoladores de nuestra democracia: el 11 marzo de 2004.

Con tan sólo 32 años, Juan Pablo, hijo de Gabriel y de Pilar, fue asesinado en aquel fatídico 11-M. Tiempo después, yo presidia la AVT y le pedí a Gabriel que fuese mi vicepresidente. No tuve la menor duda: bastaba hablar con él cinco minutos para saber que personas como Gabriel hay muy pocas.

Convicción, generosidad y optimismo a pesar de su dolor de padre al que le han asesinado un hijo. Su fe en Dios le ayudó a sobrellevar la pérdida y, años después, a superar una terrible y larga enfermedad que le dejó en sillas de ruedas.

Licenciado en Ciencias Químicas, Gabriel asumió la responsabilidad de ser unos de los peritos en la investigación del 11-M. Sus conocimientos le llevaron a desvelar y denunciar que los españoles no sabíamos la verdad, y ante la farsa que supusieron la instrucción acuñó la frase que todos tendríamos que tener presente: "No olvidar lo inolvidable".

Luchó por la memoria, la dignidad y la Justicia debida a cualquier víctima del terrorismo, ya fuera de ETA, del Grapo o del 11-M. Muchas veces me comentaba: José, no te preocupes, si no hay justicia ahora, encontrarán la Justicia divina.

Su optimismo era casi igual al de nuestro amigo Luis del Pino, siempre veía una salida para cualquiera de los problemas que encontrábamos frente a la traición de Zapatero.

Las últimas conversaciones las tuvimos por teléfono, y, a pesar de las dificultades, no perdía el sentido de humor que tenemos en el Sur. Hablar con Gabriel daba paz.

Amigo Gabriel: te vas con Juan Pablo y nos dejas un vacío, esencialmente a tu familia; pero también nos dejas tus recuerdos y consejos, y a mí, el premio que me dio la vida de conocer a un gran persona. Junto con tus sobrinos de Jaén, no dejaré de evocarte.

Y, por supuesto, nunca olvidaré lo inolvidable.

Te quiero, amigo.

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