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Antonio Robles

La Humanidad en riesgo

El mundo ya no será igual después de la pandemia, aseguran todo tipo de analistas y agoreros. ¿Hay para tanto? ¿O se quedan incluso cortos?

El mundo ya no será igual después de la pandemia, aseguran todo tipo de analistas y agoreros. ¿Hay para tanto? ¿O se quedan incluso cortos?

Permítanme alguna obviedad. El coronavirus es muy contagioso, pero poco letal (ébola, 6 muertos por cada 10 infectados; covid-19, 1 por cada 100). Y muy selectivo. Se ceba con los mayores. El 95% de las muertes en España son de personas de más de 60 años.

Ese escenario psicológico de seguridad entre la mayoría de la población que no cae en la edad de riesgo genera una cómoda confianza psicológica entre esa propia mayoría, que hace de la pandemia una grave y cruel tragedia sanitaria pero no un escenario de terror ingobernable.

Una segunda obviedad. El confinamiento está provocando una crisis económica sin precedentes, cuyas consecuencias empiezan a ser cada día más inquietantes. Su incidencia sobre nuestras vidas puede llegar a ser tan letal o más que el propio virus. De no encontrarse un fármaco que erradique la enfermedad ya, y elimine de cuajo el miedo social al contagio, cualquier plan escalonado de vuelta a la actividad económica a ciegas destrozará la economía y las relaciones sociales. No deberíamos descartar, ante tal distorsión del sistema productivo, el vernos obligados a elegir entre la inseguridad sanitaria y la ruina económica. No nos indignemos por la evidencia; al fin y al cabo es a lo que ha estado abocada la Humanidad siempre. En todas las anteriores pandemias, la selección natural de los más adaptados aseguró la vida mucho más que la medicina. A veces con una crueldad infinita: la gripe llevada por los españoles a las islas del Caribe tras el descubrimiento de América acabó con la población entera de algunas islas.

Cuanto antes nos pongamos en lo peor, mejor preparados estaremos psicológicamente para enfrentarlo. No nos engañemos, o la inmunidad de rebaño nos echa una mano o damos con el fármaco que erradique la pandemia. La vacuna no nos salvará de la hecatombe cierta de hoy, aunque nos dé esperanza a medio plazo.

Una tercera obviedad. La crisis económica, que a nivel global producirá paro, inestabilidad y años de retroceso aún no mensurado, arrasará España como un tifón de dimensiones colosales. Nuestro país tiene graves desequilibrios productivos, agravados por dos circunstancias, la escasa industrialización y deslocalización de empresas desde el inicio de la globalización y el peso del turismo en el PIB (un 12%). Si la primera es coyuntural y puede ser revertida, la segunda es estructural y no tiene solución alguna a corto plazo si el confinamiento, las medidas de protección ante el virus y el cierre de fronteras se alargan al verano. Ya no digo hasta Navidad ni, aún menos, más allá de esa fecha. El desastre sería tal en determinadas regiones (islas, costas, hoteles, bares y restaurantes, tan enraizados en la cultura popular de España entera) que provocaría una debacle de dimensiones apocalípticas para nuestras vidas. Sin contar con la deuda soberana y un Gobierno cegado por ideologías letales para la propia existencia de la nación.

¿Cómo podemos enfrentarnos a ese abismo? Me temo lo peor a corto plazo, pero al menos deberíamos iniciar la reindustrialización del país, revertir la deslocalización de empresas, diversificar el modelo productivo y evitar depender de monocultivos económicos, como el turismo, que dependan de la estabilidad económica mundial. España tiene más plazas hoteleras que todo el Mediterráneo junto. El riesgo es enorme.

Todas estas obviedades, sin embargo, no son el peor escenario. La maldita eficacia letal del virus ha desvelado lo frágiles que somos como especie ante el terrorismo biológico. O ante los delirios de poder de dirigentes políticos o Estados totalitarios. No hace falta recurrir a tesis conspiranoides, solo a la prudencia ante la maldad humana. A lo largo de la historia se han utilizado todo tipo de armas biológicas. La ONU las prohibió. 137 países firmaron en 1996 la Convención de Armas Tóxicas y Biológicas. Pero ahí sigue la amenaza, un solo gramo de toxina botulínica pura puede matar a 10 millones de personas. La facilidad con que se ha propagado el virus y el caos que ha provocado nos debería prevenir contra esta tentación de Herodes.

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