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Luis Herrero Goldáraz

Una final contra el Madrid

Es una verdad tan conocida que el hombre es capaz de habituarse a cualquier cosa que ahora hasta el coronavirus parece haber estado aquí desde el inicio de los tiempos.

Es una verdad tan conocida que el hombre es capaz de habituarse a cualquier cosa que ahora hasta el coronavirus parece haber estado aquí desde el inicio de los tiempos. Creemos que no, pero ya cuesta algo de esfuerzo echar la vista atrás y descubrirnos libres de mascarillas y de guantes, en una época en la que a falta de pandemias habíamos tenido que acostumbrarnos a ver al Atleti eliminar rivales mucho más poderosos en la Champions. Pero no nos dejemos engañar: lo que pasa es que basta que una carambola del destino se prolongue más de lo debido para que nos termine resultando tan normal como poner Telecinco y encontrarnos a Jorge Javier. Por suerte, ya dice el refrán que las aguas siempre vuelven a su cauce. Y, conociendo la historia del Atleti, aún podemos seguir abandonados a la esperanza de que el coronavirus se enfrente tarde o temprano en la final contra su propio Real Madrid.

De todas formas, mientras eso no pase, no estaría mal reconocer que la ‘nueva normalidad’ comenzó a serlo mucho antes de lo que imaginamos. Hace ya varios lustros, allá cuando permitieron al fin que los niños saliesen a airearse como si fuesen perros, recuerdo haber escuchado sus chillidos a través de la ventana con lágrimas en los ojos. Su repentina aparición turbó de pronto mi adocenamiento y por unos segundos me pareció más incomprensible que un aterrizaje alienígena. Después ya no supe explicarme si lloraba de alegría o de exasperación, porque de repente caí en la cuenta de que no sólo iba a tener que estar atrapado entre paseos escuálidos, sino que además, en la última actualización de mi nueva normalidad, tendría también que soportar todos los días los ruidos desatados de los hijos de los demás.

Aunque a todo se acaba acostumbrando uno, como he dicho. Esa es la única razón por la que no estoy recibiendo el desconfinamiento con la misma angustia de aquellos presos que, de tan habituados a la vida en la cárcel, terminan considerando la libertad como un castigo. Tendré que volver a hacerme al mundo, eso sí, porque, no contentos con lanzarnos a la calle como si pudiésemos sobrevivir en ella sin entrenamiento previo, ahora no paran de recordarnos que cuando las cosas regresen a donde se supone que estaban antes habrán cambiado radicalmente. No seré yo el que señale el sinsentido de esa estrategia comunicativa, pero me limitaré al menos a confesar que tanta novedad me abruma un poco. Aún no he acomodado mi mente lo suficiente al hecho de que ya puedo salir a dar paseos, y si por la Comunidad de Madrid fuese el lunes mismo podría hasta jugar al tenis. Un poco de calma, por favor, no vaya a ser que terminemos acostumbrándonos a vivir en mitad de una pandemia como si no hubiese pandemia. Entonces sí que la cosa sería como una final contra el Madrid, sólo que el Atleti seríamos nosotros.

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