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Marcel Gascón Barberá

La gitana del autobús

¿Por qué les cuento esto hoy, se preguntará algún lector? Porque igual mañana no puedo sin que me denuncien por aporófobo.

Hace poco cogí un autobús en Bucarest para ir a entrevistar a Catarama, el lockdown skeptic rumano. A las tres paradas subieron tres ruidosos adolescentes gitanos con una anciana en silla de ruedas, también gitana. Nada más ponerse el autobús en marcha la aparcaron en el centro espacioso del vehículo y se fueron a la parte de atrás. "¿La has apuntalado bien? No sea que venga una cuesta", preguntó uno antes de que se bajaran los tres en la siguiente parada.

Yo asistía a toda la escena recostado en las ventanas del espacio sin asientos del centro, donde ahora estábamos solos la anciana y yo. Y enseguida vi que tendría que bajarla del autobús si llegaba su estación y yo aún estaba a bordo. Por un lado me daba miedo que se me volcara el carro y se me cayera. Pero sobre todo no quería tocar aquel carro sucio con mis manos desgastadas de lavarme con jabón desde que comenzó la pandemia. Así que me apeé en la primera parada para seguir a pie.

Y cuando había recorrido en paralelo al autobús la distancia equivalente a tres paradas la encontré varada en la acera, pidiendo con un movimiento de mano débil que alguien la sacara del bache en el que se le había metido una rueda. Ya no tenía elección, pensé: el destino quería que yo ayudara a esa mujer, y que tocara con mis manos mil veces desinfectadas su carro mugriento. La empujé para sacarla del socavón y la llevé hasta donde me pedía señalando el camino con la mano. La dejé a la entrada de la iglesia italiana, apuntalada entre la pared y las escaleras para que no se deslizara y acabara cayendo a la calzada.

Esta semana la volví a ver, mendigando a la salida del metro en la plaza de la Universidad. Yo llevaba un paquete de tabaco en la mano y ella me llamó con un gesto. Se llevaba la mano a la boca y pensé que pedía comida. Pero pedía tabaco y a mí me gustó que a su edad aún fumara. No le habría dado dinero pero le di tabaco, tres cigarrillos, y le encendí el primero con mi mechero.

¿Por qué les cuento esto hoy, se preguntará algún lector? Porque igual mañana no puedo sin que me denuncien por aporófobo, con una ley que se han inventado unos ricos con criada y piscina que hace años que no se cruzan con un pobre.

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