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EDITORIAL

Un cambio radical en Oriente Medio

Este acuerdo es un primer paso importantísimo que puede dar lugar a un Oriente Medio completamente diferente.

El acuerdo que han firmado Israel y Emiratos Árabes Unidos es, como bien han dicho sus protagonistas, un pacto histórico y, además, un cambio radical en las relaciones geopolíticas de una de las zonas más conflictivas del mundo.

Se trata, no cabe ninguna duda, de una excelente noticia en un momento en el que la situación en el Líbano, Siria o Irán hace que las buenas noticias sean muy necesarias en ese importante rincón del mundo.

La firma de este acuerdo demuestra una vez más la capacidad de Israel y sus líderes para negociar e incluso para renunciar a sus posiciones con tal llegar a acuerdos de paz con sus vecinos. Así, Jerusalén suspende sus planes para anexionarse una parte de Cisjordania –una apuesta política importantísima para Netanyahu–, como ha renunciado en anteriores ocasiones a otros territorios para llegar a la paz.

El pacto es –tras los firmados hace décadas con Jordania y Egipto– el tercero con un país árabe al que llega Israel desde su nacimiento, en 1948. Pero es el primero con uno de los Estados del Golfo Pérsico y supone un cambio esencial en la posición geoestratégica del Estado judío, que ahora tiene un aliado en el centro de esa región y un compañero para lograr establecer acuerdos similares con otros países del área –¿Omán, Baréin, Arabia Saudí?–, que podrían llegar, esperemos, en un futuro no muy lejano.

No se puede negar que es un éxito rutilante para Benjamín Netanyahu y también para Donald Trump, que llega en un momento bastante difícil para el presidente estadounidense, en plena crisis del covid y en plena precampaña. Desde luego, este tipo de logro en política exterior no siempre tiene el impacto electoral que le gustaría al republicano –ahí está el caso de Carter, derrotado en las elecciones por Reagan poco más de un año después de la firma de los acuerdos de Camp David–, pero sin duda con este pacto la primera legislatura de Trump cobra un brillo notable en el capítulo de la política exterior.

Por último, hay que destacar que este tratado y los que pueden llegar tras él dejan bien claro la catadura moral de un liderazgo palestino que ni siquiera es capaz de sentarse a negociar con Israel, pese a tener sobre la mesa una propuesta de paz –el plan diseñado por Trump– que implicaría una inmediata y brutal mejora en el nivel de vida de su pueblo.

Igualmente, quedan como la canalla antisionista que son todos aquellos que desde la comodidad de Europa o de Estados Unidos se dedican, en la esperanza vana y criminal de que un día el Estado judío desaparezca, a promover el odio antiisraelí a través de las repugnantes campañas BDS. Porque si algo demuestra este acuerdo es que los países de Oriente Medio, otrora acérrimos enemigos, están entendiendo por fin que Israel es una realidad que no va a desaparecer y que lo lógico y lo mejor para todos es convivir y cooperar.

Este acuerdo es un primer paso importantísimo que puede dar lugar a un Oriente Medio completamente diferente. Hay que esperar que así sea y por fin la paz y la concordia venzan al odio.

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