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Javier Somalo

Galapagar, el Valle de sus Caídos

¿Significa todo esto que Podemos está en declive? Significa que sigue el patrón del comunismo con milimétrica fidelidad.

¿Significa todo esto que Podemos está en declive? Significa que sigue el patrón del comunismo con milimétrica fidelidad.
Pablo Iglesias e Irene Montero | Cordon Press

Cuando la revolución no había terminado de gritar “todo el poder para los soviets”, Lenin ya sabía que tanto reparto acabaría en nada. No tardó en redirigir el poder al Partido y de ahí a la famosa “subordinación de la voluntad de miles de hombres a la de uno solo”, o sea, él. Uno y, por debajo, los demás que, si estorban, morirán. Eso es el comunismo.

Más de cien años después, gracias a los últimos veinte o veinticinco Bachilleratos, algunos se siguen sorprendiendo de episodios, o espectáculos, como el protagonizado por Irene Montero y Teresa Rodríguez. Los soviets de Podemos se desvanecen al mismo ritmo de siempre y apenas se les oye ya rechinar desde el fondo de algún pozo abandonado en el Palacio de Galapagar, que pronto será el Valle de sus caídos. 

Allí están Teresa, Errejón, Bescansa, Domènech, Espinar, Dante Fachín, el “soviet complutense” de las miradas lujuriosas de Rita Maestre y tantos otros, incluida Tania Sánchez, que llegó a temer el hecho de ser “primera dama de la República” cuando sólo fue la puerta de entrada a la Izquierda Unida que a tantos defraudó. Tania, la del comunicado conjunto que tomó como ejemplo el de la infanta Elena y Jaime de Marichalar y que esta semana vio la oportunidad de soltar algo de resentimiento envuelto en “patriarcado” contra la ministra: “Fuerza, comadre”, le dijo a Teresa, expulsada del grupo parlamentario en Andalucía durante una baja maternal. 

Sólo quedan en torno a ÉL, —“VU EL VE”, decía la campaña de Iglesias tras su heroico permiso de paternidad— su Irene ministra, Pablo Echenique y la rebotica de Monedero, el consigliere del chavismo. Los demás aplauden discursos sin dejar de mirarse para no ser el primero en dejar de aplaudir…

Como en toda batalla, la de Teresa e Irene ha dejado epitafios memorables: “Yo sí tengo un curro al que volver y la política no me cambió de barrio”, le dice la del extinto soviet andaluz a la ministra de primera nómina que es pareja, binomio o noviet del vicepresidente del Gobierno, líder supremo y, mal que le pese y lo persiga, marqués de Galapagar. El discurso político de Teresa Rodríguez da el mismo miedo que el del jefe pero en su experiencia personal ha sido más coherente que otros. Por ejemplo, no quería cobrar dietas mientras estaba de baja maternal y se empeñó en devolver ese dinero aunque no pudo. La frase despechada de la enésima purgada por el comunismo de Iglesias cae como una roca de doscientas toneladas lanzada en catapulta desde Andalucía sobre el noble tejado del Palacio de Galapagar. El curro y el barrio… Ay, Irene, vaya dos puñales.

De pronto Podemos es machista, burgués, casta... Nada de eso es importante aunque todo sea cierto. Podemos —quizá nunca supieron lo que significa— es comunista de verdad y eso significa que lo de menos es Podemos. De hecho, el partido es posterior a Pablo Iglesias y por eso su rostro guevarizado fue el primer logotipo con el que concurrieron a unas elecciones. Lema de Obama en el nombre, imagen tipo Che y muchas redes sociales. Nunca hubo lugar a dudas: Podemos no existe. Sólo existe Pablo Iglesias, un leninista que presumió de ser hijo de un militante del FRAP y que, gracias a la empanada ideológica del PP, no consta en las actas del Congreso de los Diputados. Por debajo de Iglesias todo es lumpen, como aquel que le obligó a romperse un nudillo —habría que verlo— según sus propias palabras. Borregos sin conciencia de clase, estorbos. 

¿Significa todo esto que Podemos está en declive? Significa que sigue el patrón del comunismo con milimétrica fidelidad, ajeno a la democracia hasta conseguir su asalto dejando víctimas, propias primero y ajenas después. Otra cosa es que lo consiga. 

El totalitarismo no se estudia

Hay políticos que no importa en qué partido militen mientras sus discursos estén a la altura de lo que mucha gente piensa. Con tanto pacto, estado de alarma y dosificación del confinamiento y del sentido común casi pasa desapercibido uno de esos momentos necesarios que de vez en cuando alivian el sopor y el pesimismo. Sucedió esta semana en las Cortes valencianas y el protagonista fue —no es la primera vez— Toni Cantó

Hitler no dejará de ser un monstruo porque mostremos a Lenin, a Stalin o a Mao. Pero ya no será al único que conozcan, los que quieran escuchar. Y todavía les quedarán Pol Pot, Kim Il Sung, los Castro… Se pueden añadir más citas, más libros y más autores a la intervención memorable de Cantó pero no le habría dado tiempo a lanzar el mensaje: son sólo antifascistas, no anticomunistas. Y eso es tanto como no dejar nunca de ser totalitarios.

La hoz y el martillo han segado y aplastado más de 100 millones de vidas y arruinado muchas más. Un tercio murió por hambrunas programadas, otros fueron fusilados o aniquilados de mil formas distintas. Hitler aprendió mucho del método comunista y lo industrializó para eliminar a más de seis millones de personas en muy poco tiempo. Cantó mostró la esvástica nazi como un símbolo del mal, como algo indiscutiblemente letal y se preguntó por qué no se ve así la hoz y el martillo. Quizá debería diseñarse un logo que los combinara para enseñar a rechazarlo como un solo mal: el totalitarismo. La única forma de ser demócrata es ser antitotalitario pero, como lamenta Cantó, hasta el término suena raro porque no se enseña en Bachillerato, se oculta. Que un político con buena voz, exquisita dicción y sincera indignación lo reclame, es de agradecer. 

En esta casa, además de los veinte años de existencia, celebramos ya —sin fastos ni fiestas— 35 ediciones de Memoria del Comunismo de Federico Jiménez Losantos y el número uno en reservas de Amazon (sale a la venta el 24 de noviembre) para La vuelta del Comunismo, extensión urgente del primero por la ceguera voluntaria de todos los llamados a gobernar sin hacer caso a Toni Cantó. El vacío de los bachilleratos da para muchos libros. Ojalá se escriban más y se lean. Es la única manera de sortear de frente al letal engaño incluso para aquellos que, desde el Valle de Galapagar, lloran su caída pensando que el comunismo podía ser otra cosa o que la voluntad a seguir sería la suya. 

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