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Mikel Buesa

Muerto el perro… la rabia continúa

El Día Nacional de las Víctimas del Terrorismo ha evidenciado que la supuesta unidad antiterrorista no era más que un tópico.

Asistí a la celebración del Día Nacional de las Víctimas del Terrorismo que convocó la AVT en la plaza de las Cortes, frente al Congreso de los Diputados, mientras dentro de éste los políticos de izquierda, los nacionalistas y algún despistado liberal hacían su paripé de solidaridad con quienes hemos sufrido el zarpazo de la violencia política. El acto resultó significativo en tres aspectos que me parece necesario resaltar.

El primero es el de la soledad de las víctimas: los reunidos éramos cuatro gatos, bien avenidos, es verdad, pero apenas llenábamos una esquinita de la plaza y ni siquiera había una instalación de megafonía con la que proyectar el mensaje de las víctimas más allá de unos pocos metros. No negaré que esa soledad se vio parcialmente paliada por la expectativa que la convocatoria había despertado en los medios de comunicación y que se reflejó en la amplia proyección que éstos han dado el mensaje que transmitió Maite Araluce, la presidenta de la AVT. Pero allí faltaban los dirigentes de otras asociaciones que también se negaron a secundar el acto institucional en señal de protesta por la política del gobierno de Sánchez en materia terrorista.

En segundo lugar ha de mencionarse la ruptura que por fin se ha producido en el seno de los partidos políticos con relación a estos asuntos, pues tanto el PP como Vox —no así Ciudadanos— han evidenciado que la supuesta unidad antiterrorista no era más que un tópico incapaz de resistir la profunda discrepancia que se ha abierto en esta materia con motivo de la inclusión de Bildu en el bloque de poder que sostiene al gobierno Frankenstein. Ciertamente esa quiebra venía de lejos; en concreto, del rescate de los abertzales que en su día propició Zapatero como compensación al final de los atentados de ETA. Sin embargo, hay que señalar también que la política que, con Fernández Díaz en el ministerio del Interior, desarrolló Rajoy, dejó este asunto en suspenso, haciendo como si su potencial devastador de la convivencia, en especial en el País Vasco, no existiera. Claro que una cosa es eso y otra muy diferente meter en tu cama a los albaceas de ETA que mantienen intacto su proyecto político, de momento sin ir más allá de la apelación a la violencia simbólica.

Y en tercer lugar hay que mencionar el desprecio del Gobierno de Sánchez hacia las víctimas del terrorismo, cuya principal proyección ha venido de la mano de Grande-Marlaska al propiciar una alteración radical de la situación penitenciaria de los militantes de ETA —y de otras organizaciones terroristas— al propiciar no sólo su acercamiento al País Vasco, sino también su progresión de grado, abriendo así la posibilidad de que, sin el menor merecimiento, puedan gozar de permisos penitenciarios o ser provisionalmente excarcelados. Todo ello sin exigir los requisitos establecidos en las normas penales —pues el paripé de firmar un formulario que no compromete a nada no es más que una forma de soslayar la ley— y con la elusión del debido cumplimiento íntegro de las penas. La reprobación de Grande-Marlaska fue expresada con el abucheo de los asistentes al acto de la Plaza de las Cortes mientras el ministro hacía como que no se enteraba arrellanado en su escaño del Congreso.

Pero más allá de estos tres aspectos, lo que finalmente queda es el mensaje machacón con que la izquierda, coreada por los nacionalistas, nos ha regalado durante los últimos años: que a ETA la venció Zapatero y que, desde entonces, en esto del terrorismo, de lo único que hay que preocuparse es de los islamistas radicales. Corolario de ese mensaje es que los abertzales vascos, incluyendo los que han salido de la cárcel tras largas condenas, pueden ser socios fiables para la gobernación de España —aunque, curiosamente, no lo sean, según los del PNV, para la del País Vasco—. No es otro el sentido de la admisión de Bildu entre los soportes de la gobernación sanchista. Como si no hubiera pasado nada y como si esos abertzales fueran demócratas sin tacha. Acabada ETA, se dice, ya no hay motivo de exclusión. Sin embargo, aún somos muchos los que seguimos percibiendo que muerto el perro la rabia continúa. Y las víctimas del terrorismo, representadas en este caso por la AVT, son seguramente testigos privilegiados de ello, aunque su creciente aislamiento social, propiciado por el gobierno, preludia que, como dijo una vez Albert Camus, están "acabando de llegar al colmo de su desgracia: se fastidian".

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