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Cristina Losada

El pasado oculto del autor rebelde

El lado 'correcto' de la política tiene la sartén literaria por el mango, y justificar el terrorismo viene a ser un punto a favor.

El lado 'correcto' de la política tiene la sartén literaria por el mango, y  justificar el terrorismo viene a ser un punto a favor.
Alfonso Sastre. | EFE

En su libro Yo tenía un camarada. El pasado franquista de los maestros de la izquierda, César Alonso de los Ríos dedicó el último capítulo a "los hermanos menores". Frente a otras figuras a las que glosaba, como Laín, D’Ors, Pla, Aranguren, Ridruejo, Tovar, el padre Llanos, Torrente Ballester, Ruiz-Giménez o Areilza, dio consideración de menores a José María Castellet y Alfonso Sastre, aunque mencionaba de pasada a Manuel Sacristán y Carlos París. Y decía:

La inmensa mayoría de ellos han podido ocultar su pasado con mayor eficacia porque no llegaron a tener puestos de relieve en el Régimen [franquista] y o no han escrito ningún tipo de memorias o bien se han olvidado de demasiadas cosas cuando las han hecho.

Bendita desmemoria. Nadie habrá podido leer estos días, en los obituarios de Alfonso Sastre en la prensa, ninguna mención a aquella época del dramaturgo. Corrijo: alguna sí, pero tan minoritaria o marginal que habrá carecido de influencia. Lo que no se ha ocultado, en cambio, es que Sastre fue largo tiempo militante de Herri Batasuna, y desde los años de plomo. De hecho, su pertenencia al entorno de ETA se ha destacado de tal manera que indica que esa militancia suya es una de las razones esenciales de que se le haya despedido como a "un autor de radical compromiso político", "un gran intelectual", "un hombre íntegro" o con el clásico "la eterna rebeldía".

"La evolución política de Sastre podría sintetizarse diciendo que ha ido de La Hora a Gara", escribía Alonso de los Ríos en su libro de 2005. La Hora fue la revista del SEU, siglas del Sindicato Español Universitario de FE (Falange Española) y de las JONS, que existió desde la década de 1930 hasta mediados de la década de 1960. El itinerario del dramaturgo fue "del antimarxismo a la defensa del terrorismo" y "de la exaltación de la violencia propia de los totalitarismos de los años cuarenta a la justificación de la violencia revolucionaria contra la violencia estructural del capitalismo". Alonso de los Ríos encontraba, con razón, cierta coherencia en esa mudanza política.

Un borrón político en el pasado de un autor no quita ni pone valor literario. Esa es la teoría. Es una bonita teoría, pero es radicalmente falsa. Hoy es especialmente falsa. Hoy se han multiplicado los borrones inhabilitantes: los que inhabilitan a un autor para el prestigio e imposibilitan que obtenga un premio. Ciertos borrones, no obstante, ya eran hace años manchas que había que camuflar. La veleidad falangista o franquista era –y es– una de ellas. No por nada, Sastre fue de los que quitaría importancia a aquella etapa suya, presentándola como obligada por "la situación". La cuestión, sin embargo, no es tanto lo que hizo él, sino lo que ha hecho con ese incordiante episodio la prensa, el mundo cultural y el mundo político simpatizante. Y lo que ha hecho es hacerlo desaparecer. ¿Por qué? ¿No decíamos que no quita ni pone valor literario?

La teoría es falsa. Pero hay otra parte más inquietante. Esa parte se pone al descubierto cuando vemos, a la luz de este caso, qué es lo que da prestigio. Es improbable, prácticamente imposible que un autor del mismo nivel literario, pero comprometido con una organización fascista, recibiera titulares como los reproducidos. Ese compromiso quita prestigio. Pero el compromiso con el brazo político de una organización terrorista nacionalista de izquierdas lo concede. A la vista está. El lado correcto de la política tiene la sartén literaria por el mango, y justificar el terrorismo viene a ser un punto a favor.

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