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José García Domínguez

La CUP no paga traidores

A Josep Lluís se la tenían guardada los de la CUP desde que mandó fusilar en directo y ante las cámaras de televisión a aquellos moros, los del atentado en la Rambla.

A Josep Lluís se la tenían guardada los de la CUP desde que mandó fusilar en directo y ante las cámaras de televisión a aquellos moros, los del atentado en la Rambla.
Josep Lluis Trapero. | Europa Press

Otro juguete roto que acaba de aterrizar en el baúl de los viejos trastos ya inservibles. El hijo de un taxista de Valladolid nacido y criado allá donde la ciudad pierde su nombre, en Santako como el pobre Rufián, Josep Lluís Trapero (hay apellidos que, por mucha imaginación que se le ponga, no tienen remedio ni normalización posible), acaba de verse orillado en la jefatura del ejército nacional oficioso de Cataluña por otro Josep –pero auténtico y no impostado–, Josep Estela i Fontanals, hijo a su vez del primer alcalde de Esquerra Republicana que tuvo en su día, a principios de los ochenta, el municipio de Alcarràs.

Josep Lluís, un converso de manual, ha sido finalmente defenestrado por Joan Ignasi Elena, otro converso de manual, el hoy consejero de Gobernación, quien, tras militar durante cuarenta años en el PSC (yo le conocí allí cuando aún andaba en las Juventudes Socialistas y ni siquiera había cumplido la mayoría de edad), supo migrar de bando cinco minutos antes del 1 de Octubre, lo que ERC le agradecería con esa cartera en el Gobierno. A todos les ocurre igual: primero se cambian el nombre y después acaban vendiendo su alma al Diablo a cambio de una triste nómina en la Generalitat. Quien pierde los orígenes, como muy bien cantaba Raimon, pierde la identidad. Y Josep Lluís no iba a ser la excepción.

A Josep Lluís se la tenían guardada los de la CUP desde que mandó fusilar en directo y ante las cámaras de televisión a aquellos moros, los del atentado en la Rambla. Antes, pues, de la asonada. Pero acaso se lo habrían perdonado si él mismo hubiera concedido inmolarse a su vez ante el Tribunal Supremo de Madrit. Aunque Josep Lluís puede que sea un renegado y un arribista sin demasiada dignidad, pero nunca ha dado señales de ser también un imbécil. De ahí que en Madrit anunciara, ante la consternación general en el País Petit, que tenía previsto un plan para detener a Puigdemont llegado el caso. Por confesiones así, uno puede salvarse de 16 años en el trullo. Y, claro, eso sí que nunca se lo iban a perdonar. Porque la CUP tampoco paga traidores. Adiós, José Luis.

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