
Va a cumplirse una semana desde que Putin ordenara una invasión a gran escala de Ucrania y el Ejército ruso sigue sin haber conseguido una sola victoria clara. Aparentemente frustrado por la eficacia de la épica resistencia de Ucrania, el autócrata del Kremlin envía más y más tropas, mercenarios e incluso al Ejército de su títere Lukashenko desde Bielorrusia. Los bombardeos crecen en intensidad en Járkov, Mariúpol y Kiev, y el ocupante ruso avanza por desgaste en su objetivo de tomar también la ciudad del Mar Negro de Jersón.
Mientras aumentan las bajas civiles, el ministro de Exteriores de Ucrania pide a sus aliados apoyo aéreo. Ucrania, le ha dicho Kuleba a Amanpour en la CNN, resiste bien la embestida rusa a ras de suelo. Pero Rusia es superior en el cielo. Sus bombardeos siembran miedo, destrucción y caos y amenaza también con despejar el camino de las fuerzas invasoras por tierra. La OTAN envía armamento antitanque y antiaéreo. Pero crecen las dificultades logísticas para hacerlo llegar a las zonas de conflicto. La Alianza, además, parece haberse desdicho de su promesa de enviar cazas.
Sea o no suficiente para detener a Putin, la reacción europea ha provocado una euforia comprensible entre quienes llevamos años pidiendo políticas realistas y moralmente claras. Los Gobiernos del continente se han volcado diplomática y militarmente en golpear a Rusia y apoyar a Ucrania. Cabe destacar el liderazgo de Polonia y los países bálticos, que contrasta con la deserción de la Hungría de Orbán. Hace sólo unos meses el primer ministro húngaro rendía honores a los héroes de la revolución de 1956 aplastada por los tanques soviéticos. Hoy se pone de perfil ante otra reedición de la historia en Ucrania.
Frente a la ambigüedad húngara, nos ha sorprendido la firmeza alemana. En unos pocos días, la gravedad de la agresión rusa, junto con la ejemplar movilización de la ciudadanía germana, han llevado a Berlín a abrir los ojos y renunciar a sus dos obsesiones más dañinas para Europa: el ecologismo extremo y el pacifismo.
Por primera vez desde la derrota del nazismo, Alemania envía armamento a una de las partes implicadas en un conflicto. Berlín también anuncia más gasto militar y se plantea no renunciar a la energía nuclear, como tenía previsto y quería imponer al resto de Europa, para reducir su dependencia de Rusia. El de Alemania es el ejemplo más significativo, pero no el único, de una tendencia que ha empezado a tomar fuerza desde Portugal hasta Rumanía.
Esta corriente es una excelente noticia para una UE que ha financiado el sueño expansionista de Putin comprándole energía, al haber renunciado a producirla ella misma en nombre de una moda ideológica que el Kremlin lleva décadas promoviendo para debilitar a Europa. El continente europeo es una potencia mundial en todos los campos a los que dedica atención, trabajo y dinero. ¿Por qué no puede serlo también en producción de energía y en la capacidad militar de disuasión que hubiera mantenido a raya a Putin?
La UE puede salir de ésta como principal actor en su propia defensa. Si esto acaba ocurriendo, el commentariat de derechas que no ha sucumbido a la tentación nihilista de preferir, o igualar, a Putin con Merkel, Macron o Biden habrá de revisar su postura para adecuarla a la nueva realidad. Un Borrell que hable siempre como lo hizo el otro día debe merecer nuestro aplauso si las críticas que le hacíamos hasta ahora eran sinceras.
Los efectos aparentemente devastadores que las represalias económicas, financieras y de otra índole impuestas a Rusia por el conjunto de la comunidad de Estados democráticos nos muestran también el camino que se puede seguir con regímenes criminales como los de Irán, Cuba, Venezuela e incluso China. Es de esperar que Pekín tome nota de esto y levante el pie del acelerador en su ofensiva comercial, militar y política por la hegemonía mundial. Y es importante que Europa y Estados Unidos no repitan el error que cometieron con Putin considerándolo un socio posible ante la emergencia de opciones peores.
Por último, me gustaría hablar del motor que ha hecho posible todos estos cambios: la movilización en las sociedades democráticas de la opinión pública. Que Alemania haya dado un giro de 180 grados en su política y que incluso nuestro Sánchez haya acabado enviando armas a Ucrania ha sido en gran parte resultado de la presión que han sentido nuestros dirigentes de una ciudadanía que al fin les exigía hacer lo justo. Debemos saberlo y recordarlo siempre que pensemos que la historia está escrita. Hasta la persona más apática puede activarse si las circunstancias son propicias.
Nada de esto hubiera sido posible sin la determinación de existir y ser libre del pueblo ucraniano y su Gobierno, que tienen reservado un papel estelar de liderazgo en el Occidente redivivo. Para el bien de la UE, debe hacerlo como parte integrante de pleno derecho de un bloque comunitario que vuelve a ser relevante y a ilusionar gracias al ejemplo de heroísmo y sacrificio de Ucrania.