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Cristina Losada

El 'mea culpa' occidental

Por una vía o por otra, Occidente no se libra. Es culpable siempre. O por su fuerza excesiva o por su extrema debilidad.

Por una vía o por otra, Occidente no se libra. Es culpable siempre. O por su fuerza excesiva o por su extrema debilidad.
Algunos aprovecharon para cargar contra la OTAN. | D. Alonso

La invasión de Ucrania es un acto de guerra que no se había visto en Europa seguramente desde los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Lo inédito de esta agresión implacablemente destructiva que dirige Putin desde el Kremlin no impide que las reacciones que está suscitando se amolden a pautas conocidas y arraigadas. De hecho, son las pautas que se siguen en Occidente frente a los sucesos de mayor gravedad y mayor peligro para el propio Occidente. Todas tienen un rasgo común, y es que son inculpatorias. En realidad, autoinculpatorias. En Occidente siempre nos las arreglamos para echarnos la culpa.

Habrá que precisar de qué hablamos cuando hablamos de Occidente. Yo no tengo ninguna descripción mejor que la que hace el historiador Stephen Kotkin en una entrevista en el New Yorker sobre la invasión de Ucrania. Occidente, dice, no es un lugar geográfico, sino un conjunto de instituciones y valores. ¿Cuáles son? El Estado de Derecho, la democracia, la propiedad privada, los mercados abiertos, el respeto al individuo, la diversidad, el pluralismo de opiniones y todas las demás libertades. Cierto, esos valores e instituciones no gozan de buena salud en todos los lugares que consideramos occidentales. Algunos están bajo amenaza. Aun así, el conjunto incluye lo esencial que distingue a Occidente de lo que no lo es. Occidente es cualquier lugar en el que haya una democracia liberal.

Occidente, no obstante, es también un lugar geográfico con tradiciones políticas similares. Y es ahí, en ese Oeste occidental que forman los países más avanzados de Europa y los Estados Unidos, donde se tiene un apego tremendo al sentimiento de culpa. Es un apego casi enfermizo. Un caso de libro de patología se dio cuando se produjeron los atentados del 11 de septiembre de 2001. El deseo de autoinculparse se tradujo en culpar de aquellos ataques terroristas a la víctima de los ataques, los Estados Unidos. El patrón de la culpa se aplica de forma automática cuando está por medio EEUU. El sentimiento antiamericano y el sentimiento de culpa se fusionan maravillosamente. Pero ¿qué pasa cuando no están los odiados y admirados americanos? No pasa nada muy distinto. Siempre están y, si no están, se les hace estar. Ahora, con la agresión rusa a Ucrania, se culpa a la OTAN. Verbigracia, a los Estados Unidos. Como de costumbre. Nada nuevo bajo el sol.

Hay una segunda pauta, no menos inculpatoria pero diferente. La culpa de la agresión rusa se transfiere también a Occidente, pero no por su fuerza, sino por su debilidad. Es el reproche de la flojera, la blandura, el confort. Occidente es culpable porque se recuesta en el sofá a ver la tele y no está dispuesto a derrotar, manu militari, al sátrapa, aun a riesgo de asomarse al precipicio nuclear. El asunto es que, por una vía o por otra, Occidente no se libra. Es culpable siempre. O por su fuerza excesiva o por su extrema debilidad. El porqué es otra historia, pero está visto que nuestro juego favorito es entonar el mea culpa todo el tiempo.

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