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Itxu Díaz

Manía persecutoria

Lo que se llevará por delante a Sánchez no serán sus mentiras, ni sus delirios, ni su sectarismo, sino la inflación.

Lo que se llevará por delante a Sánchez no serán sus mentiras, ni sus delirios, ni su sectarismo, sino la inflación.
Pedro Sánchez | Europa Press

A su larga lista de probables desajustes, Sánchez acaba de sumar uno nuevo: la manía persecutoria. Los tratados de psiquiatría señalan que se trata de una temática habitual dentro del pensamiento delirante. El paciente está convencido de que sus ideas fijas erróneas coinciden con la realidad. Así, el jueves dijo en el Congreso que "la España progresista" tiene enfrente a un peligroso enemigo: el "poder del dinero". Cree Sánchez que el dinero le persigue cuando lo cierto es que, como siempre sucede con los socialistas, el dinero huye de él.

Todo esto era al fin para decir que está convencido de que los votantes de la derecha también quieren un "impuesto de solidaridad a las grandes fortunas". Solidaridad e impuesto son conceptos incompatibles. La solidaridad es una adhesión voluntaria a una causa. El impuesto es obligatorio. La solidaridad obligatoria, ya la ejerza el Gobierno o los Golfos Apandadores, es un robo. Hasta donde sé, los votantes de la derecha están en contra del robo.

En su diatriba delirante sobre la persecución que sufre, señala también a los medios de comunicación de la derecha, a los que acusa de ser "terminales políticas de esos intereses que representan al dinero". Supongo que quería decir que no soporta que le critiquen en la radio cada mañana, pero por un instante, entre terminales, intereses y representaciones, parecía poseído por María Jesús Montero, célebre experta en innovación en el lenguaje que ha recomendado hoy a los ciudadanos que ahorren este invierno durmiendo con un "edredón más fuerte", que imagino que se trata de un edredón que va al gimnasio.

En el origen de la manía persecutoria de Sánchez, que sepamos, no hay la clásica adicción a sustancias sino otra más original: el presidente es adicto a Tezanos. Y Tezanos es un tipo que refuerza las inseguridades del inquilino de La Moncloa diciéndole a todas horas que, según sus encuestas, es el líder preferido por los españoles. "Con datos rigurosos, el PSOE está otra vez por delante", dijo una vez más este viernes, antes de añadir que el CIS siempre acierta: "Es mentira que falle". Traducción: Tezanos es, en términos académicos, una vergüenza para la sociología y la demoscopia. Pero es, quizá, el presidente más oportuno para el CIS de Pedro Sánchez. Cualquier otro podría tener escrúpulos.

El jueves, haciéndose aún más acreedor de los deseos ocultos de los votantes de la derecha, Sánchez se atrevió también a asegurar que todos ellos "están a favor de la ley de eutanasia", momento en el que al sujeto delirante solo le faltó poner los ojos en blanco y empezar a levitar sobre la tribuna de oradores. Una cosa es que el PP haya traicionado demasiadas veces a sus votantes al no derogar las leyes aberrantes de los socialistas, y otra muy diferente es que estén a favor de ellas.

Parecía que su lunática alocución había alcanzado su límite de locura y surrealismo, pero no, aún quedaba lo mejor, y me temo que ha pasado desapercibido. El grito de Sánchez al diputado Sayas: "¡Ya está bien de utilizar a los muertos!". Se refería, por supuesto, a las víctimas de ETA, a cuyos asesinos continúa mimando con beneficios penitenciarios, pero resulta asombroso que el presidente forense, que Jack el Destripador, que el asaltatumbas más en forma de Europa, famoso por sacar a pasear la momia de Franco y que ahora se prepara para seguir removiendo huesos en prime time para excitar ansiedades electorales en los votantes más radicalizados y rencorosos, diga que "ya está bien de utilizar a los muertos". Sería gracioso si no fuera espeluznante la frialdad con que exhibe su rufianería.

Estamos acostumbrados a que Sánchez mienta. Ha batido todos los récords de trolas recogidas en el diario de sesiones, como mínimo, desde el 78 hasta hoy. Y, sin embargo, está alcanzando ahora un punto de refinamiento en la mentira que traslada el problema del ámbito de la inmoralidad, al del delirio patológico. Nada de lo que dijo el jueves es verdad, por supuesto, pero es que ya no solo manipula la realidad, las cifras, o sus propios hechos e intenciones, sino que miente sobre la propia mentira —es toda una proeza del fraude, una pirueta de embustero de última generación— cuando reinterpreta falsamente los deseos de los votantes de la derecha y los da por supuesto para darse la razón a sí mismo. Colosal. Pinocho estaría orgulloso.

Por lo demás, cree Sánchez que el poder del dinero le persigue. Y, sin duda, es lo que deberían hacer. Y cree también que los medios le critican cada mañana; sin duda, muchísimo menos de lo que merece, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría están en manos de progresistas de diferentes siglas. Gracias de hecho a esa primacía del discurso progresista en los medios, después de todo lo que ha llovido, lo que se llevará por delante a Sánchez no serán sus mentiras, ni sus delirios, ni su sectarismo, sino la inflación, porque –gracias a Dios— la gente todavía cree más en lo que paga por hacer la compra que en lo que el presidente le dice que paga por hacer la compra.

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