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Luis Herrero Goldáraz

Epidemia silenciosa

España es un país de 47 millones de cadáveres que registra cada día 117 muertes por causas desconocidas sin que nadie se entere.

España es un país de 47 millones de cadáveres que registra cada día 117 muertes por causas desconocidas sin que nadie se entere.
Una imagen del cementerio que rodea el monasterio en Glendalough. | C.Jordá

Me malicio que no siempre fue así. Hubo un tiempo en que existió un oficio que permitía a unas señoras ganarse unos dineros haciendo ruido. Lo hacían desconsoladamente, además. Se sentaban a velar con llantos los cuerpos de esos seres ajenos que, de tan queridos, no tenían plañideros genuinos entre sus más allegados. Por aquel entonces la muerte era un misterio y se lloraba. Corrían lágrimas a borbotones y resonaban súplicas por las ánimas del purgatorio, quizá porque la eterna duda subrayaba nuestra única certeza, que era la ausencia del difunto, la infinita soledad de los vivientes. Hoy es casi seguro que a esas señoras se las pagaría para que se callasen. Que harían carrera agachando la cabeza al ver pasar los cortejos fúnebres, siempre siniestros pero nunca tan sigilosos. Y que lo más certero para ellas estaría en que una muerte vale lo mismo que un susurro, cuanto más imperceptible más cuantioso, hasta llegar a la indecente cifra con la que se puede revestir de oro hasta el silencio.

Supongo que ha cambiado la consigna. Y no me extraña, teniendo en cuenta que donde había dudas hoy sólo hay rotundas certezas que no nos gustan, que no nos pueden gustar, porque aceptarlas implicaría afrontar que nada tiene valor y que ya estamos muertos, aunque gastemos aquí una prórroga absurda.

España es un país de 47 millones de cadáveres que registra cada día 117 muertes por causas desconocidas sin que nadie se entere. Eso es un 94% más que hace tres años, sin que la gente lo note. España se va muriendo y aquí no llora ni Dios porque después de su asesinato lo que ha reinado es el silencio, que suele ser más complaciente que la parca. Lo que pasa es que no me lo creo. Si quienes más vociferan tuviesen razón y la nada estuviese asegurada aquí habría gritos y lloros. Habría una desesperación palpable y una reedición multitudinaria de nuestro particular suicidio colectivo, sólo que esta vez mejor ejecutado. Lo que hay sin embargo no es eso. Lo que hay es silencio. Hipocresía y engaño. Mentira. España es un país de 47 millones de mentirosos que preferimos callar a afrontar la soberana obviedad de que lo que de verdad nos duele es la incertidumbre.

Gastamos el tiempo en otros debates. Soltamos hipótesis sin contrastar para dilucidar el misterio que nos sostiene mejor. ¿Por qué morimos tanto? decimos, genéricamente. Y respondemos muy rápido: serán las vacunas, serán las secuelas del covid, será el efecto psicológico del confinamiento o la contrapartida clínica de haber dejado de generar anticuerpos debido al uso excesivo de mascarillas. No hablamos de que lo normal en una población envejecida es que muera porque la vejez tampoco existe. Así que seguimos girando, todo tristeza y todo falso estupor, sin reconocer que en el fondo nos da un poco igual porque los que están sentenciados no somos nosotros, los jóvenes, y sí esos ancianos que son más invisibles que la muerte.

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