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Pablo Planas

"Seguro que Pedro Sánchez sabe de qué hablo"

Puigdemont es historia, un fantasma, un cadáver político cuyo único capital es una legitimidad independentista que Junqueras le niega.

Puigdemont es historia, un fantasma, un cadáver político cuyo único capital es una legitimidad independentista que Junqueras le niega.
El expresidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, en un vídeo sobre la Diada | Europa Press

De Puigdemont se ríe ya hasta el excorresponsal del New York Times en España Raphael Minder, quien fuera uno de los propagandistas internacionales del golpe de Estado. Sus delirantes crónicas a favor de los separatistas contribuyeron a refrescar la Leyenda Negra. La única diferencia entre Minder y aquel ganador del premio Pulitzer del mismo periódico por unas crónicas bélicas de Afganistán que redactaba sin salir de su apartamento en Nueva York es que Minder estaba en España cuando elaboraba sus imaginativos panfletos sobre el "procés". Cualquier relación con la realidad era pura coincidencia en ambos casos.

En el New York Times no son partidarios de la "causa catalana" desde que se enteraron de que Puigdemont y personajes de su entorno habían mantenido contactos con espías de Putin durante y después del golpe. Y ahora le han publicado a Minder un artículo en el que retrata al golpista prófugo como un tipo ridículo y cobarde.

Han pasado cinco años desde que Puigdemont huyera de España escondido en un maletero con la ayuda de los Mossos. Oriol Junqueras, en cambio, optó por presentarse ante la Audiencia Nacional y ahora manda por persona interpuesta no sólo en Cataluña sino en el resto de España. Puigdemont, por contra, se pudre en Bélgica mientras su terminal partido aún está en manos de Laura Borràs, procesada por delitos de corrupción, y sus guardaespaldas. "Los nuevos Miami" les llaman.

Puigdemont es historia, un fantasma, un cadáver político cuyo único capital es una legitimidad independentista que Junqueras le niega porque fue un poco menos cobarde al pensar que si su amiga Soraya no le salvaba del trance lo harían los socialistas. Y acertó. En cambio el prófugo creyó que si periódicos como el New York Times daban pábulo a sus chorradas era cuestión de días que las Naciones Unidas reconocieran la república de los idiotas. O que Putin enviara a Cataluña los diez mil mercenarios spetsnaz apalabrados. Aparte de las sensaciones que le pudiera provocar el hecho de presentarse ante los tribunales y asumir las consecuencias de sus delitos y delirios.

A Junqueras la asonada le salió casi gratis, salvo la breve temporada en Soto del Real. La cárcel catalana en la que residió la mayor parte del tiempo fue conocida como "El Gran Hotel Lledoners". Pero ahí radica la cuestión. Junqueras dio entrevistas desde la cárcel y Puigdemont no, aunque deba constar que pasó dos semanas en una prisión alemana.

Si ERC negocia con Sánchez la abolición del delito de sedición no es para que Puigdemont pueda regresar a España en loor de multitud, sino para salvar a los miembros de la banda de ERC que aún están pendientes de juicio por el golpe. Que eso beneficie a Puigdemont es un daño colateral para Junqueras.

Pasa que en el PSOE han puesto una vela a Satanás y a otra al diablo, lo que explica que Sánchez envíe emisarios a Puigdemont con toda clase de promesas de impunidad, "buen trato vía reforma del Código Penal" e "indulto". Lo ha puesto negro sobre blanco Puigdemont en una carta para celebrar los cinco años de escapada en la que también escribe que "seguro que Pedro Sánchez sabe de qué hablo". Está tan desesperado que pide auxilio al mismo Sánchez y no le queda otra que destapar el enjuague, las negociaciones entre el PSOE y ERC para despenalizar el golpismo. Pero ya no pinta nada, es uno de esos tantos misiles extraviados de las guerras modernas cuya estela delata a Sánchez.

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