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Marcel Gascón Barberá

El regreso de Bibi

De tanto usarla en vano, ya nadie se la cree, aunque por una vez pudiera haber motivos para la alarma.

De tanto usarla en vano, ya nadie se la cree, aunque por una vez pudiera haber motivos para la alarma.
Benjamín Netanyahu proclamó su victoria ante sus seguidores. | EFE

Benjamin "Bibi" Netanyahu es el primer ministro de Israel con más años en el cargo de la historia del país, por encima del mítico padre fundador del Estado judío, David Ben Gurión. Netanyahu ganó las elecciones israelíes del 1 de noviembre con unos resultados que le permitirán volver a tomar posesión del cargo y ampliar así su récord de permanencia en el poder.

Como ya es habitual con los triunfos de la derecha contestataria, el de Netanyahu ha sido recibido por muchos medios con la ya muy gastada pero inevitable alerta ultra. De tanto usarla en vano, ya nadie se la cree, aunque por una vez pudiera haber motivos para la alarma. Entre quienes aspiran a sacarle un ministerio al rey Bibi, a cambio de su apoyo en la Knéset, está el extremista judío Itamar Ben-Gvir.

El político del grupo Sionismo Religioso, uno de los que forman el bloque que en principio formará Gobierno con el Likud de Netanyahu, tuvo durante años en el salón de casa un cuadro de Baruch Goldstein, el israelo-estadounidense que en 1994 mató a tiros a 29 palestinos en Hebrón.

Goldstein era simpatizante del partido Kach, la formación prohibida en Israel del mentor político de Ben-Gvir, Meir Kahane. Pegando carteles para Kahane empezó su carrera política Ben-Gvir, que como abogado ha defendido repetidamente a extremistas y ha demostrado afición a convocar marchas nacionalistas en los momentos y los lugares de más tensión con los árabes.

Es improbable que Ben-Gvir y sus compañeros de filas —entre los que destaca su jefe Belazel Smotrich, que acaba de acusar al Mossad de haber incitado el asesinato en 1995 del primer ministro Rabin— logren alterar de manera sustancial el delicado equilibrio que garantiza la convivencia de los muchos grupos sociales de intereses contrapuestos que viven en Israel.

Pero (como sabemos en España, donde los Ben-Gvir de izquierda sí están alterando la paz social) la llegada al poder de radicales dispuestos a gobernar contra parte de la población (los árabes, en este caso, pero también a los gays) difícilmente puede considerarse una buena noticia.

Irán, Arabia Saudí y la relación con Biden

El retorno del "rey Bibi", como se le conoce en Israel, podría tener consecuencias palpables en la escena internacional. Cabe esperar de Netanyahu una política mucho más beligerante ya no contra Irán, de cuyo peligro era igual de consciente el anterior Gobierno, sino contra las políticas de apaciguamiento de Estados Unidos hacia Irán. Esto podría propiciar que Israel se aleje de su tradicional aliado americano como ocurrió en los años en que coincidieron Netanyahu y Obama.

Si, a pesar de los continuos desafíos de un Irán que participa junto a Rusia en las hostilidades de Ucrania, la Administración Biden insiste en regresar al acuerdo nuclear con los mulás, Netanyahu comprenderá que debe mirar hacia otro lado para asegurar la seguridad de su pueblo.

El aliado más fiable de Israel es hoy Arabia Saudí. No porque en Riad hayan descubierto de repente una afinidad latente hacia los judíos o el sionismo, sino porque la Casa de Saúd depende de la ayuda israelí para defenderse de Irán, que odia a los saudíes casi tanto como a Estados Unidos y a Israel.

Pero la contundencia que se espera de Netanyahu puede traer también un escenario radicalmente distinto y mucho más auspicioso para Occidente. En parte para diferenciarse de un Netanyahu que llegó a criticar la política iraní de Obama en el mismísimo Congreso de EEUU, el Gobierno de coalición que hasta ahora gobernaba Israel había optado por mantener la cordialidad con Washington pese a los desacuerdos. Mientras se preparaban para atacar a Irán si fuera necesario e insistían en que lo harían, los Gobiernos primero de Bennett y después de Lapid evitaban criticar en público a Biden con la esperanza de convencerle de rectificar en privado.

Esto permitía a Estados Unidos mantener una cierta ambivalencia sobre su política de alianzas en Oriente Medio. El hartazgo de los saudíes —y de otros países suníes decepcionados con Washington— ante la empecinada apuesta iraní de las últimas administraciones demócratas en detrimento de Riad y otras capitales que sí ha mostrado pragmatismo y responsabilidad en sus relaciones internacionales ya amenazaba con la ruptura entre EEUU y sus tradicionales aliados árabes.

Con la vuelta de Netanyahu, los saudíes tienen en Jerusalén un socio mucho más dispuesto a apartarse de un status quo con el que ninguno de los dos países está contento. El riesgo de un distanciamiento claro y definitivo también con Israel, y el coste evidente de elegir como alternativa al Irán que está ayudando a Putin a arrasar Ucrania y reprime a sus propios ciudadanos con extrema violencia, podrían forzar a Biden a rectificar.

En este sentido, el regreso de Bibi podría servir de ultimátum para que Estados Unidos abandone una política incomprensible y autolesiva desde todos los puntos de vista. El momento es propicio para ello, pero no hay que subestimar la capacidad de trabajar contra los intereses de Occidente que los demócratas están demostrando desde hace años.

Ucrania, Polonia y los Bálticos como aliados naturales de Israel

La otra pregunta que muchos se hacen sobre el cambio en Israel tiene que ver con Ucrania. En sus sofisticados y probados sistemas de defensa aérea, Israel parece tener la solución para que Ucrania pueda proteger su sistema eléctrico y de energía de los bombardeos ruso-iraníes. Jerusalén no ha querido hasta el momento transferir estas tecnologías a Kiev por miedo a enfadar a los rusos, que por culpa de Obama dominan el espacio aéreo sirio en el que Israel opera con libertad gracias a su coordinación con Moscú.

Netanyahu parece, en principio, un político más cínico, menos idealista y más centrado en defender sus intereses que su antecesor Yair Lapid. Pero Bibi es también el líder israelí con más fama de duro y determinado, el que menos teme pasar por blando o ser acusado de poner en riesgo a su pueblo. Si hay alguien capaz de torcerle el brazo al estamento militar que se opone frontalmente a armar a Ucrania para no complicarse con Rusia en Siria ese es Bibi Netanyahu.

A la hora de tejer alianzas, el líder de la derecha israelí ha demostrado también una audacia al alcance de pocos. Con el apoyo de Trump, él fue el arquitecto de los Acuerdos de Abraham, que están haciendo popular a Israel en el mundo árabe. Teniendo en cuenta que Teherán es parte clave de la guerra de Putin contra Ucrania, no es descartable que Netanyahu encuentre una fórmula para que Washington endurezca su posición sobre Irán que pase por el envío de armas israelíes a Ucrania.

Una de las quejas más repetidas por la derecha israelí tiene que ver con la sistemática hostilidad con que Europa occidental recibe sus políticas hacia los palestinos. Es imposible que a alguien de la sagacidad de Bibi se le esté escapando lo que pasa en el noreste de Europa, donde se está configurando una alianza entre ucranianos, polacos y bálticos que se extiende a Londres y Washington y está llamada a inclinar hacia el Este la balanza de poder en el continente.

Aunque el apaciguamiento israelí respecto a Rusia ha agriado las relaciones entre Jerusalén y Kiev, el propio Zelenski y una parte considerable de la élites ucraniana han dejado claro muchas veces que ven a Israel como una inspiración en su misión de forjar una nación pujante y capaz de defenderse ante vecinos poderosos decididos a aniquilarla.

Si Netanyahu percibe en el horizonte el declive de la Rusia de Putin, es natural que juegue sus cartas al nuevo eje de poder, democrático pero consciente de la necesidad de defenderse con las armas, que lideran Polonia y Ucrania.

Dejando de lado las tensiones a cuenta del Holocausto que a veces han enrarecido las relaciones con Varsovia, Kiev y los Estados bálticos, Israel tiene en este polo emergente de poder un aliado natural para hacer frente a los retos de hoy. Y quién mejor que el hombre que negoció el fin de muchas décadas de furibunda hostilidad árabe para abrir un nuevo capítulo del que nos beneficiaremos todos.

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