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Sánchez y la convivencia

Bien podrían los ciudadanos no alzar la voz contra el matón, porque vale más para la convivencia la sumisión del débil que la lucha por la verdad.

Bien podrían los ciudadanos no alzar la voz contra el matón, porque vale más para la convivencia la sumisión del débil que la lucha por la verdad.
Pedro Sánchez | EFE

Dice nuestro presidente que la principal tarea de un gobernante es construir convivencia. Que la cosa va viento en popa y nos demos un paseo para comprobarlo. Convivir, del latín convivĕre: vivir en compañía de otro u otros, o bien coexistir en armonía. Pues no le falta razón, oiga. ¿Acaso no habitamos todos juntos este perro mundo, en amor y compañía? ¿Acaso ven ustedes trincheras excavadas y frentes combatiendo a lo ancho y largo de nuestra Españita?

Es motivo de orgullo la cantidad y calidad de convivencia por estos lares. Fíjense: conviven nuestros abuelos, padres, hijos y hermanos. La que se llama Sandra y se hace llamar Leandro. El borracho de la barra de bar y el camarero abnegado. El pijo madrileño y el sencillo provinciano. Las trincheras de ambos lados. No terminaría nunca. No encuentro lugar donde se conviva más y mejor que España.

Pero no contento con esto, nuestro Ejecutivo ha arrasado todos los registros anteriores y alcanzado las más elevadas cotas de convivencia. Como convive el matón del instituto con los críos a los que silencia o el delincuente que campa a sus anchas con el indefenso del que abusa, se ha propuesto alcanzar el culmen de ésta. Ya se había puesto una medalla al conseguir que convivieran aquellos que veían matar como una pequeña anécdota de trastienda política con los que yacían inertes bajo una sábana ensangrentada. Ahora buscan el Nobel, proponiendo que también lo hagan los que buscaron disolver el país –como quien sumerge un cadáver en una bañera con ácido, por muy "democrático" que fuera– junto a aquellos que guardan silencio en las calles catalanas y no pueden sino rabiar entre las cuatro paredes de sus hogares.

En su última entrevista en las ondas, poco pudo hacer Patxi López salvo suplicar por la pausa publicitaria cuando le tocó defender la reforma del delito de sedición. El peso de la verdad necesita de poco argumentario. Pero esto no va de verdades o razones, sino de favores y poderes. Nuestro presidente convive, en mayor armonía que cualquier otro, con la mentira y el poder. Ya saben ustedes cómo funciona esto: dejas caer una idea en los medios, creas un debate invisible hasta entonces, repites como un mantra el discurso oficial como quien maza un pulpo antes de cocerlo y así, con paciencia y saliva, cualquier argumento entra por donde haga falta. La gente se abandona a él porque tiene problemas reales a los que atender. Lo malo de estas ficciones es que, con el tiempo, se convierten en realidad.

Juega el presidente a poner en jaque a la historia. Ella, sabia como ninguna y harta de repetirse por nuestra estupidez, dice que la humanidad siempre sobrevive a los villanos. Son mortales y no hace falta más para bajarles del pedestal en el que creen estar. ¿Es esto real, o acaso una novela de traiciones florentinas donde quien a hierro mata, a hierro morirá? No parece llegar tal día del juicio para este nuestro presidente. Se mueve de maravilla en ese terreno difuso entre la ecuación y la emoción.

Sólo el tiempo dirá si moverá los hilos con la habilidad suficiente como para tensarlos cada vez más sin ahogar a los suyos, o tentará demasiado a la suerte y la estadística le traicionará. La historia también nos ha enseñado que, si aprietas demasiado la soga al cuello, a algunos no les queda nada que perder. Cuando llegue ese día, ya saben cuál será el discurso del régimen: de repente, la convivencia habrá sido aniquilada, tras todos estos años de grandes esfuerzos. Razón tienen: bien podrían estos niños o ciudadanos seguir penando en sus casas y no alzar la voz contra el matón de turno, porque vale más para la convivencia la sumisión del débil que la lucha por la verdad.

¿Terminará este ejecutivo defenestrado por el peso de la historia o conseguirá sobrevivir gracias a la picaresca de la convivencia? No sé ustedes, pero yo no me atrevo a apostar. Ya he perdido muchas.

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