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José García Domínguez

El bálsamo que pacificó Cataluña

Los toritos se sosegaron de golpe en el muy preciso instante en que la violencia legítima del Estado cayó sobre ellos.

Los toritos se sosegaron de golpe en el muy preciso instante en que la violencia legítima del Estado cayó sobre ellos.
Agentes de la UIP de la Policía Nacional ante varios contenedores ardiendo. | EFE

No falta a la verdad el Gobierno, todo lo contrario, cuando acusa recibo de que la situación de la convivencia civil ha mejorado, y muy notablemente, en Cataluña desde aquel otoño del año 17, cuando en los despachos oficiales de la Generalitat se impartían instrucciones para tomar las calles y subvertir el orden constitucional. Es muy cierto, sí, que la situación general ha vuelto a adoptar una apariencia próxima a la que sería de esperar en una sociedad civilizada. Así, los nacionalistas asilvestrados, valga el pleonasmo, se limitan ahora a ejercer la insubordinación desde el exclusivo plano retórico. Un avance en toda regla, sin duda. De ahí que proceda preguntarse por la causa última de ese milagro.

¿Qué bálsamo benéfico obraría el prodigio de amansar al súbito modo a todos esos toritos tan bravos? Pues uno de contrastada eficacia: la represión. Los toritos se sosegaron de golpe en el muy preciso instante en que la violencia legítima del Estado cayó sobre ellos. Los nacionalistas catalanes aprendieron, por fin, los modales exigibles a la gente educada cuando Fray Junqueras dio con sus huesos en la cárcel, ni un segundo antes. Porque fue la cárcel, que no las piadosas cantinelas sobre la concordia y las virtudes del diálogo, lo que les metió en el cuerpo el santo temor a la Ley.

A ella, a la bendita cárcel, debemos la mitad de los empadronados en Cataluña el que ahora mismo se haya recuperado en gran medida el sosiego, la templanza y la tranquilidad de espíritu entre todos los culos de mal asiento nacional oriundos del País Petit. Una medicina dotada de extraordinarias virtudes sedantes, esa del trullo, que, pese a haber sido aplicada en dosis mínimas, se reveló la única terapia eficaz para calmar a las reses bullangueras y devolverlas al corral de la prudencia. Si hoy las calles y plazas de Cataluña resultan espacios mucho más transitables para la gente decente, la que cumple las normas del Estado de Derecho, solo a ella, a la cárcel, se lo debemos. Todo anda mejor que en el 2017, sí, pero no gracias a las claudicaciones del Gobierno sino a los altos, gruesos y fríos barrotes de Can Brians.

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