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Cristina Losada

Érase una ley de vanguardia

El Ejecutivo no hizo su trabajo, el legislativo tampoco y ahora cubren de acusaciones e improperios a quienes tienen que aplicar la ley.

El Ejecutivo no hizo su trabajo, el legislativo tampoco y ahora cubren de acusaciones e improperios a quienes tienen que aplicar la ley.
Pedro Sánchez e Irene Montero | EFE

La ley de vanguardia descuidó la retaguardia y sucede lo que se había advertido que iba a suceder. No se puede hablar de efectos imprevistos: se previeron. Estaban cantados. Había informes y opiniones cualificadas. Quienes no previeron nada, porque no les dió la gana, fueron las engreídas promotoras de la infamante ley. También se vendaron los ojos ante las indeseadas consecuencias los miembros del Consejo de Ministros, entre los que hay, dicen, varios jueces. De los grupos y diputados que pulsaron el botón a favor del "sí es sí" en el Congreso no vale la pena ni hablar. El Ejecutivo no hizo su trabajo, el legislativo tampoco y ahora cubren de acusaciones e improperios a quienes tienen que aplicar la ley.

El podemismo culpa a los jueces machistas de aplicarla de manera defectuosa, cuando lo defectuoso es la ley, que era, por cierto, una ley innecesaria. Fue y es un producto de agitación y propaganda para capitalizar la histeria colectiva que alimentaron el podemismo en primer plano y el socialismo detrás, a raíz del caso y la sentencia de La Manada. Ya aparecería entonces la figura fantasmal y maligna de los jueces machistas, espantajo que Podemos no ha soltado nunca y que ahora vuelve a poner en la diana. No sólo para culpar a otros de su desastre legislativo. También porque necesitan "enemigo". Su primer gran enemigo fue la "casta" política. Desde que son "casta", hacen falta otros. Sin "enemigo" no son nada.

La caza del "enemigo" es deporte favorito. La ministra Montero y sus luminarias exigen que los jueces se formen de una vez por todas en el artificio de la perspectiva de género. ¿Por qué no en campos de reeducación forzosa? Lo que quieren decir es que en lugar de aplicar la ley, hagan lo que ellas dictan. Desde Igualdad, Ángela Rodríguez clamaba: "Es una vergüenza. Fórmense, señores jueces". Parece que Rodríguez no tiene ninguna experiencia profesional conocida. Por eso mismo tiene el atrevimiento de acusar de falta de formación a los jueces. Pero, ante todo, los acusan de torpedear deliberadamente su chapucero artefacto propagandístico.

Hay quien se extraña de que no reconozcan los errores y se pongan a hacer las correcciones necesarias en la ley. No lo reconocerán nunca. Esta nueva guerra contra el machismo de los jueces la ven como un estímulo y creen que da réditos. Tienen que mantener la narrativa del enemigo agazapado en la estructura del Estado, que suena más tremebundo. También Sánchez lo intenta, a su manera, con sus poderes oscuros y ocultos. Pero, como dice Ignatieff, aunque una política del enemigo "puede tener el falso glamour de la simplificación seductora", entraña riesgo para el que la practica. "Quien a hierro mata, a hierro muere", recuerda el ensayista. Claro que no va a ser Sánchez quien les dé la estocada. Tiene las manos tan atadas como la voluntad. Ha defendido la chapuza como si fuera suya. Una ley de vanguardia, que será imitada, ha dicho. Y es que suya es.

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