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Feijóo y los coches viejos

Ni Sánchez ni Feijóo piensan en lo cerca que pueden tener la guillotina.

Ni Sánchez ni Feijóo piensan en lo cerca que pueden tener la guillotina.
Pedro Sánchez y Alberto Nuñez Feijóo en la sesión de control en el Senado en la que coinciden. | EFE

Yo, señores, habito el paraíso de los misántropos: la costa agreste y rural de Galicia, a tiro de piedra de la raya de Portugal. Un lugar gozosamente vacío de ruidosos seres humanos que ha logrado salvar su belleza virgen a resguardo del turismo, esa plaga bíblica, gracias al don de la lluvia. Pues ocurre que en Galicia es costumbre antigua que llueva. Y con rabia, además. Ahora mismo, mientras escribo esto, diluvia literalmente. Bien, pues poco antes de emigrar a la Meseta, el anterior presidente de la Xunta firmó el decreto merced al cual la compra de bicicletas eléctricas, un juguete caro y muy de moda entre las almas ecologistas en pena de las grandes metrópolis del Occidente rico y urbano, se subvenciona aquí con 500 euros, que no es moco de pavo.

Que en un lugar como este, donde llueve y hace frío todos los días, los gobernantes se dediquen a subvencionar vehículos descapotables y descapotados demuestra que ellos en realidad no viven donde el resto, sino en la Luna. Y con los coches les ocurre otro tanto de lo mismo. La dulce María Antonieta no era consciente de que estaba sellando el destino de su hermoso y delicado cuello cuando aconsejó a los chalecos amarillos del siglo XVIII que comieran croissants si no tenían pan. Y el presidenciable Feijóo tampoco parece entender que la gente gasta coches viejos y contaminantes no por vicio ni porque siga la moda vintage, sino porque el salario estadísticamente más frecuente en España no pasa de 18.480 euros brutos al año.

Y el segundo más común no llega ni a los 14.000 (13.974 euros, según datos actualizados a 2021 del INE). Quizá Feijóo no lo sepa, pero el precio medio de un piso dentro de la M-30 de Madrid alcanza ya 474.988 euros. Y eso significa que la gente va a tener que vivir cada vez más lejos de las grandes capitales, pero que tendrá que seguir acudiendo a ellas para trabajar. Ante ese imperativo, Sánchez les ordena que compren croissant eléctricos. Y Feijóo barrunta, por su parte, que mejor híbridos. Ninguno de los dos piensa en lo cerca que pueden tener la guillotina.

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