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Sin sorpresa. ¡Voz que clama en el desierto! (Isaías XL, 3.)

El discurso del Rey forma y conforma la institución, seguramente, más sana de España, porque cumple a rajatabla con sus funciones.

El discurso del Rey forma y conforma la institución, seguramente, más sana de España, porque cumple a rajatabla con sus funciones.
Felipe VI | EFE

Felipe VI señaló los tres grandes problemas de España: división, deterioro y erosión de las instituciones. Impresionante diagnóstico para detener la decadencia de la democracia española. Sabias palabras para que el gobierno deje de perseguir la principal de nuestras libertades: el deseo de libertad. Los demócratas queremos más y mejores libertades. El pronóstico contenido en ese discurso no podía ser otro que el de 2017, expresado con coraje democrático en su discurso televisado para atajar el golpe de Estado de los nacionalistas catalanes: sin la unidad de España la democracia desaparece, o sea, la libertad es perseguida. Mientras que España nos hace libres, el nacionalismo nos convierte en esclavos.

No le pidamos, pues, al Jefe del Estado más de lo permitido por la Constitución. No demandemos a la institución de la Jefatura del Estado que solucione de golpe la inextricable relación de Nación y Constitución. No le imploremos y menos aún le mendiguemos al Rey que sea neutral ante el desmoronamiento de las instituciones. No le exijamos al Rey silencio ante el fin de la primera institución encargada de darle continuidad a la existencia de España como Estado-Nación. Callen, sí, para siempre los miles de individuos de los medios de comunicación que repiten lugares comunes, o peor, las consignas de unos partidos totalitarios cuyo único fin es la desaparición de la Nación española.

El Rey se ha comprometido con su Estado-Nación. Se ha hecho cargo de su Destino. Escuchemos con atención a Felipe VI para que su voz no se pierda entre la muchedumbre. Hagamos nuestras sus quejas y apoyemos con criterio y determinación, o sea con coraje, el diagnóstico de los males detectados por el Jefe del Estado. No son palabras de un cualquiera que se cree investido de autoridad "moral" por haber conseguido sumar votos para destruir lo que le da vida, España. Al contrario, el discurso del Rey forma y conforma la institución, seguramente, más sana de España, porque cumple a rajatabla con sus funciones. O sea demos gracias al Rey por su discurso de Nochebuena.

Su plática fue extremadamente prudente, discreta y ajustada al Título II de la Constitución española: De la Corona. Tan importante es su contenido, o sea su acción política, que ya debería haber sido refrendado por el Presidente del Gobierno. Así estaría cumpliendo con lo exigido por el artículo 64 de la Constitución. Las formas son tan importantes como los contenidos. Pero si Sánchez calla, o peor, insinúa su desacuerdo, entonces estaría ratificando el diagnóstico y el pronóstico de Felipe VI. En cualquier caso, Sánchez tendría que haber salido a la palestra pública para desautorizar a sus socios de gobierno que han criticado el discurso del Rey por defender la democracia. La libertad. Si no lo hace, si persiste en seguir con esos socios de gobierno, tendremos que convenir que Sánchez prefiere antes la vía de la violencia contra la Constitución que su defensa

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