
Se han escrito brillantes elegías de Ciudadanos anticipándose a su paso a mejor vida, y no voy a mejorar yo todo lo que se ha dicho en las piezas fúnebres. La cuestión interesante es cómo un partido cuya desaparición lamenta o va a lamentar tanta gente, no consigue que le voten más que un puñado de fieles voluntariosos desde aquel abril de 2019, en que sentó en el Congreso a 57 diputados. Se podrá decir que quienes escriben de política en la prensa están - estamos - en Babia, alejados de lo que pasa por el magín del votante. Pero tiendo a pensar que la distancia no es tan imponente y que aquello que aparece en letra impresa guarda cierta relación con un estado de opinión latente o por latir. Tampoco es tan inusual, si a eso vamos, que un partido del que se tiene buena opinión no logre pasar del estadio sentimental del afecto a la fase ejecutiva del voto. Son dos tramos diferentes. Uno es el tramo del querer y el otro el del poder, y en éste se negocia con lo posible.
Llama a la reflexión que la decadencia de Ciudadanos haya coincidido con un período marcado por la subordinación gubernamental al separatismo, los renovados ataques a la separación de poderes y la pugna por el control del poder judicial y el TC. Todos estos candentes y serios asuntos eran materia específica del partido menguante. No tenía la exclusiva, pero sí ponía la máxima atención en esos puntos, disponía del discurso para hacerlos notar y podía armar, por lo menos, un debate sobre ellos. Más aún, fue elemento fundacional suyo el proyecto de servir de cuña para evitar que los Gobiernos de España dependieran de los nacionalistas y cedieran, como siempre, a sus demandas. Y en capas más profundas, podía identificarse a Ciudadanos con un intento de racionalización de la política, de rebajar su temperatura y calmar las pasiones, una aspiración que tenían en origen las ideas liberales.
¿Cómo es que cuando más se necesitaban todas esas cosas, se pusiera a caer en picado el que parecía mejor equipado para proporcionarlas? Elegías y analíticas han apuntado como causa a los muchos y sonados errores que fue cometiendo y que no es cuestión de repetir. Y, sí, todo ello es verdad, pero también es verdad que otros han sobrevivido a pifias, atropellos y estropicios peores. Hay algo de enigmático en la facilidad y rapidez con que ha periclitado este proyecto, y por eso se ha vuelto a pensar que en España no hay espacio para partidos de centro, esos que pretenden situarse en un territorio difícil de delimitar, entre unos y otros y ni con unos ni con otros. No es ciertamente muy amplio el espacio que queda entre los grandes bloques. Ni aquí ni en ninguna parte. Y los partidos liberalconservadores tienden a ocupar esa mínima franja. Pero maldición no hay.
Un partido con rasgos como los que tuvo Ciudadanos en sus mejores momentos no está condenado a perecer en España por alguna rara ley de la naturaleza. Podrá morir ahora el Ciudadanos que hubo, el que ha llegado hasta aquí. Pero a menos que cambien mucho las condiciones y que otros recojan con rectitud lo más valioso de aquel proyecto, la necesidad hará que surja un partido del mismo signo. O, puestos en la improbabilidad, que Ciudadanos renazca de sus cenizas.
