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Luis Herrero Goldáraz

Propaganda

Yo prohibiría la propaganda política, aunque sólo sea por higiene intelectual.

Yo prohibiría la propaganda política, aunque sólo sea por higiene intelectual.
Pedro Sánchez. | Europa Press

Dicen, yo creo haberlo escuchado alguna vez, que el principal problema de la gente inteligente consiste no en alumbrar ideas provechosas, sino en conseguir después hacerlas comprensibles. La "gente inteligente" es estúpida cuando de lo que se trata es de relacionarse con "el resto de la gente". Algo así también se ha dicho. Y de ahí que entre ambos nichos hayan surgido a menudo intermediarios, personas que se diferencian del resto en que poco importa que sean listas o tontas, mientras puedan sacarle dinero a quienes algo de eso dicen ser.

Yo supongo que para una persona inteligente, alguien, digamos, comprometido con la sociedad, el hecho de que se la escuche debe suponer una preocupación de esas por las que se pierde el sueño. No es difícil imaginar la impotencia que sienten los salvadores de la especie cuando comprueban con qué poco interés acoge la especie su salvación. Lo que sí lo es es figurarse el nivel de alborozo que debió invadirles el día en que descubrieron la propaganda.

La propaganda, a grandes rasgos, es una cosa que surgió para engañar a las personas por su bien y terminó engañando a las personas por el bien del propagandista. Todo bastante lógico, después de todo. Era sólo cuestión de tiempo que los inteligentes terminasen siendo devorados por la vasta red de intermediarios subcontratados que tenía que surgir en esa incipiente y monstruosa industria comunicativa. Hoy por hoy a nadie extraña que las ideas se hayan perdido en su envoltorio, cada día más ostentoso, pero también de menor capacidad.

La cuestión, en todo caso, no es si debemos aceptar que los partidos hablen abiertamente de que su mayor preocupación —es decir, la del pueblo, al que dicen representar— no es gobernar, sino influir en la percepción que ese mismo pueblo tenga de ellos. La cuestión es por qué el pueblo debe tragarse un año entero de propaganda electoral, cuando hace tiempo que esta ni siquiera finge ir dirigida al supuesto interés de todos, sino únicamente al de las siglas que la promueven.

Yo prohibiría la propaganda política, aunque sólo sea por higiene intelectual. Les quitaría a los políticos la responsabilidad de tener que responder ante todos por sus actos, con tal de quitarles también el megáfono desde el que pregonar los falsos logros por los que, dicen, deberíamos volverles a votar. Puede que sea una medida conformista, pero qué se le va a hacer. Llegados a cierto punto, uno no podrá evitar que existan ladrones que le roben, pero al menos, por dignidad, debería conservar la opción de que le roben en silencio, que es como robaban antes los ladrones decentes que no se tenían que justificar.

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