
La electricidad en España es una ciencia esotérica, un arcano reservado a unos pocos magos. No se entiende la factura de la luz, no se entiende por qué sube y por qué baja, no se entiende en qué consiste el debate en la Unión Europea, no se entiende por qué hay que pagar toda al precio de la más cara, no se entiende el funcionamiento del mercado mayorista del gas con sede en Holanda, no se entiende en qué consiste la excepción ibérica, ni por qué en Europa no la adoptan si tan buena es. Hace unos meses, Sánchez decretó que teníamos que asarnos en verano y helarnos en invierno y prometió severísimas multas a quienes no ajustaran los termostatos de los sistemas de climatización con el inexcusable objetivo de reducir el consumo drásticamente. De eso, no se ha vuelto a hablar. Tampoco la luz ha subido tanto como se nos dijo.
Con ser todo esto muy raro, lo más raro de todo es que, metidos hasta el cuello en la campaña de sanciones económicas a Rusia, estamos comprándole más gas que nunca. Lo hacemos a través de Naturgy, que dice que ni un euro español financia la guerra de Putin porque se lo compra a Yamal, que pertenece a Novatek y no a Gazprom. Pamplinas. Estamos comprando grandes cantidades de gas ruso cuando más censurable es hacerlo.
Nos hacen suponer que, tras habernos cerrado Argelia uno de los dos gaseoductos por haber reconocido la marroquinidad del Sahara Occidental, nos hemos tenido que ir a buscar la vida a otro sitio y qué mejor que a Rusia, que lo vende muy barato porque muchos europeos han dejado de comprarlo como represalia por la invasión de Ucrania. ¿Estamos pues haciendo lo mismo que India y China, aprovechar la coyuntura en beneficio de nuestro crudo interés nacional? ¿Y que se fastidien los ucranianos?
Quizá, pero es muy raro. Para empezar, todavía no sabemos qué nos ha obligado a reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara y enfadar a Argelia. Luego, lo que traemos de Rusia es gas licuado y hay muchos otros países que lo venden, así que no hay ninguna necesidad de ir a comprárselo a Putin. La única razón es porque lo vende más barato que nadie, precisamente porque otros se han sentido obligados a prescindir de él por no financiar su criminal invasión de Ucrania. Pero, si así fuera, no se entiende que la Unión Europea no se queje, mucho más cuando es precisamente un español, Josep Borrell, el que al frente de la diplomacia europea se pasa el día exigiendo ser cada vez más duros con el régimen de Putin a la vez que ignora que quien menos caso le hace, además de Viktor Orbán, es Pedro Sánchez. Y los españoles, que nos desgañitamos en su día con el "no a la guerra" cuando Estados Unidos invadió Irak, en esta ocasión callamos como muertos mientras ayudamos con descaro a que Rusia aplaste a Ucrania. No se entiende nada.