El populismo de ahora es la demagogia de siempre. Y siempre hay algo de demagogia en quienes ganan elecciones. Sin embargo, la crisis de 2008 trajo nuevos demagogos, más demagogos que nunca, a los que llamamos populistas para distinguirlos de los de siempre. En España, los dos partidos que se han repartido el bacalao desde que esto es una democracia los denunciaron acusándoles de dar soluciones sencillas a problemas complejos. Hicieron con ello ejemplo de populismo ya que desdeñaron con una acusación sencilla un fenómeno complejo. En cualquier caso, el populismo arrasó nuestros debates a partir de entonces y todos abrazaron la nueva fe con el vigor del converso.
Hoy por hoy, todos lo practican con el fin de atraer la mayor cantidad de votos posible en el momento en que se abran las urnas. Es deplorable, pero comprensible. Sin embargo, el populismo de Pedro Sánchez es peculiar, pues es un populismo que en la mayoría de las ocasiones no atrae votantes, sino que los ahuyenta. Pongamos algunos ejemplos. Cuando se adhiere a las ideas de Podemos o incluso se las apropia haciendo de ellas su política, reafirma a los electores comunistas en su voto, pero disgusta soberanamente a los votantes socialistas moderados, que son la mayoría. Pasa con la ley del sí es sí, con la del bienestar animal o con la ley trans. Pase que las vote para salvar la coalición, pero no tiene sentido que las haga suyas. Cuando se rinde ante Bildu, que es tanto como rendirse a la ETA, agrada a algún votante de extrema izquierda de fuera del País Vasco, pero se enemista con el grueso del electorado socialista. Zapatero pudo vender estas cesiones como una transacción a cambio de la paz, pero en el caso de Sánchez son totalmente innecesarias porque ni siquiera es Bildu indispensable para ganar ninguna votación en las Cortes. Cuando indulta a los golpistas catalanes, deroga la sedición o abarata la malversación apenas gana votos en Cataluña y los pierde a mansalva fuera de ella. Y lo hace a cambio de un apoyo que, una vez aprobados los presupuestos, es innecesario. Dirá que está honrando un compromiso anterior, pero sería la primera vez que Sánchez cumple lo que promete. Cuando arremete contra Ferrovial, podrá ganarse el aplauso de la extrema izquierda, que de todas maneras no le votará, pero se enfrenta a aquella parte de su electorado que en cuantía no desdeñable cree en la libertad de mercado. Encima encabrona a toda la Unión Europea, cuyas recriminaciones son siempre en España muy perjudiciales electoralmente.
Francamente, hacer populismo, algo pensado para atraer votos, con el resultado de perderlos es bastante estúpido. Es como el que se lleva sin pagar de unos grandes almacenes un pijama que se ha probado y se deja la americana con la cartera en el probador. O como el que destroza la luna de un coche para robarlo y luego resulta ser el suyo. O como el que trata de despegar un chicle de la suela del zapato restregándola en una caca de perro. Qué razón tenía Carlo Maria Cipolla cuando dijo aquello de que los tontos son mucho peores que los malos.