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José García Domínguez

La pertinaz sequía y el separatismo

Pujol y todos comprendieron que si el gran escollo estructural para vertebrar España es el agua, también es una gran vía para descoyuntar España.

La pertinaz sequía ya amenaza con que la capital de Cataluña, Barcelona, al modo y manera de lo que suele resultar tan frecuente en cualquier típica urbe subdesarrollada del Tercer Mundo, se vea bien pronto sometida a cortes generalizados en el suministro de agua potable a sus habitantes. Una penitencia colectiva, esa de la huelga de lavadoras y de las duchas estrictamente racionadas por la Generalitat, en la que el nacionalismo asilvestrado que tanto caracteriza a la plaza tiene que ver bastante más de lo que parece. Y es que si los separatistas fuesen sólo algo menos cafres de lo que siempre han sido, empresa imposible por lo demás, este verano los ciudadanos de Barcelona dispondrían de agua del grifo. Pero todo indica que va a ser que no.

Hay quien cree que España la hicieron los visigodos y los Reyes Católicos, yo soy de los que piensa, en cambio, que quienes de verdad la hicieron —y la siguen haciendo— son, sobre todo, las grandes infraestructuras públicas compartidas. Sospecho, además, que los separatistas creen lo mismo. Por eso les molestaba antes la Renfe y su estructura radial, esa que articuló espacialmente España por primera vez en la historia. Y también por eso les sigue irritando ahora el AVE. Porque más conectividad ferroviaria y más rápida, se quiera o no, siempre acaba derivando en más España.

El independentismo catalán se opuso de un modo feroz, con uñas y dientes, al Plan Hidrológico Nacional porque Pujol y todos los demás comprendieron muy bien que si el gran escollo estructural para vertebrar España es el agua, una de las grandes vías para descoyuntar España también podría ser el agua. He ahí la verdadera razón, la inconfesable, de que repudiaran el trasvase del Ebro. A sus ojos, el Ebro es España. Algo que, por cierto, resulta ser una gran verdad. Y como lo de coger el agua del Ródano era inviable, y lo de las desaladoras —alternativa que propuso el PSC— tampoco resolvería el problema, pues ahora les toca no ducharse a los barceloneses. En fin, ellos se lo han buscado.

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