
Acaba de inventar el Gobierno un nuevo indicador de la marcha de la economía, que tiene una gran ventaja respecto a los clásicos, porque no se representa con cifras, a las que siempre se achaca frialdad y distancia. Este indicador recién estrenado se ve a simple vista, se calcula a ojo de buen cubero y gracias a la facilidad de percepción y cálculo está al alcance de cualquiera. No hace falta manejar datos de esto y de lo otro, no hay que ser economista ni saber de matemáticas y, para tranquilidad de cierta secretaria de Estado, tampoco es necesario extraer raíces cuadradas. Por todo ello, y no a pesar de ello, ofrece una idea precisa de la situación económica de España. Hablamos, claro está, de la densidad de clientela en las terrazas de los bares, cafés y restaurantes. Porque este es el indicador que, según avanzaron miembros del Gobierno durante la Semana Santa, demuestra que la economía española no es que vaya bien: va como un tiro.
El nuevo indicador lo introdujo formalmente el ministro Bolaños el Sábado Santo, cuando puso como prueba fehaciente del buen estado económico del país, que las terrazas, los restaurantes y las cafeterías estuvieran llenos. Algún escéptico se preguntará cómo podía saber el ministro que las terrazas, restaurantes y cafeterías estaban abarrotados en toda España y si se había recorrido todos los establecimientos hosteleros, que no son pocos, de Norte a Sur y de Este a Oeste, para obtener el valiosísimo dato. Pero no seamos tiquismiquis. El ministro, simplemente, había visto los telediarios de la Primera, que por alguna razón, vaya usted a saber, esta Semana Santa hicieron un esfuerzo titánico para que todos los espectadores que le quedan a la cadena vieran que el llenazo era monumental en todas partes y que el nuevo indicador está que se sale.
No tiene mucha ciencia lo de las terrazas, por no decir ninguna, pero no es la ciencia económica la que está detrás de este intento de reemplazar la realidad por la ilusión. Frente a la realidad de las dificultades económicas, el Gobierno proyecta la ilusión de que todo va viento en popa con la imagen del público que, en vacaciones, acude a bares y restaurantes. Como toda la vida: es lo que se suele hacer, vaya bien o vaya mal la economía. En período electoral no se va de bares, o sí, pero se hace de todo, y se hace, sobre todo, demagogia, que en célebre frase de Mencken, consiste en predicar doctrinas que se saben falsas a hombres que se sabe idiotas. Los que quieren demostrar que la economía está en racha por el grado de afluencia a los bares, en un país de bares como éste, deben de dar por sentado que hay tantos idiotas como clientes.
Esta reivindicación de los bares como indicador económico resulta, por otros motivos, extraña. Los reivindican, mira tú, quienes llamaban peyorativamente tabernarios a quienes querían mantener abiertos los bares durante la pandemia. Los tabernarios de hace dos años ahora son respetabilísimos ciudadanos que cuando piden un refresco y un café en una terraza constituyen la prueba viviente de que la gestión económica del Gobierno es magnífica. Cómo cambia el cuento.
