
Todo es ya electoral en España. Han vuelto los bots a las redes sociales. Los mismos que en las últimas generales me mandaban declaraciones de amor después de cada artículo. Los echaba tanto de menos como a los testigos de Jehová a la hora de la siesta. Hay muchísimos perfiles falsos asociados a diferentes partidos, casi todos recientes, casi todos de izquierdas, lo que me hace pensar que el desembolso en esta inspiradora actividad ha sido colosal esta vez. ¿Quién paga eso? Lo único seguro es que no lo pagan @Ruby283731019 ni @Obrero182338384.
Todo es electoral, da igual una alcantarilla rota, que el fútbol, que la muerte de Dragó, que el viaje lunar multiculturalista, que el parto de una famosa. Estamos convirtiendo el viejo oficio de la alcaldía en una parte más del entramado partidista nacional. Un alcalde debería ser un alcalde, no un futuro ministro tratando de rapiñar votos para la saca de su partido, con vistas a unas elecciones en las que el presupuesto sea suculento de verdad.
Antaño a veces era así. Viví en La Coruña un montón de años buenos bajo la alcaldía de un socialista, Paco Vázquez, y los coruñeses no lo votaban por ser de izquierdas sino por ser Paco Vázquez. Diría que lo votaban a pesar de ser del partido de Felipe González. ¿Qué le puedes pedir a un alcalde? Que no te cruja a impuestos municipales, que la calle esté limpia cada mañana, y que en las cabalgatas de Reyes no salgan demasiados travestis. Tampoco es tanto. En lo que a mí respecta, el alcalde perfecto es aquel del que no tienes noticias durante los cuatro años de alcaldía, ni buenas, ni malas.
Viendo a los candidatos enhebrando ambiciosos discursos internacionales y sonoras cosmovisiones, me pregunto qué tendrán que decir sobre las malditas plazas de aparcamiento, o sobre los pandilleros que campan a sus anchas por ciertos parques infantiles. Limpieza, tráfico, seguridad. Poco más. Ayer escuché a un candidato a una alcaldía hablando de la guerra de Ucrania y por un momento pensé que pretendía invadir Moscú con la policía local motorizada de su puñetero municipio. Es como si el presidente de una comunidad de vecinos, para lograr su reelección, prometiera la construcción de una presa a la entrada de la ciudad.
La ciudad es una unidad demasiado pequeña y pragmática como para convertirla en parte de la gran política española, donde los partidos políticos se juegan la vida, y donde los líderes nacionales se pueden quedar en pelotas por cualquier cosa que diga el alcalde de Cienmelones de la Alcarria, de diez habitantes. ¿Sale mal parado Abascal si sus alcaldes no pueblan España después de estas elecciones? No. ¿La caída en desgracia de las alcaldías socialistas significaría un golpe letal a Sánchez? Tampoco. Esa estupidez se le ocurrió a Feijóo cuando andaban buscando excusas para ponerse de perfil en la moción de censura de Tamames: "Nuestra moción de censura es el 28 de mayo". Precioso titular, gloriosa gilipollez.
El 28 de mayo podemos censurar las multas de aparcamiento, la basura en las calles, o si quieres, no estaría de más, el dineral de los ciudadanos que los ayuntamientos dedican a sus taras habituales, sin pedirnos permiso: feminismo, odio al varón, cambio climático, y sexualidades extrañísimas. Pero, más allá del circo mediático que les permitimos montar a los partidos en cada cita electoral local, no hay casi nada que puedas censurarle a Sánchez votando a un alcalde de derechas, ni hay mucho portazo en la cara que puedas darle a Feijóo si reincides en elegir a un alcalde socialista. Si todo el mundo votara en clave de elecciones generales, obtendríamos un bonito y contundente titular en la prensa al día siguiente. Pero no tendríamos mejores alcaldes.
Como diría Al Gore, una verdad incómoda: en los pueblos las alcaldías se ganan o pierden en función de la calidad del programa de fiestas del último alcalde y de la duración de las sesiones de pirotecnia. En las ciudades grandes, las alcaldías se ganan en función de la movilidad permitida con tu propio coche y las plazas disponibles de aparcamiento. Eso y que el alcalde sea simpático y más falso que Judas; ya sabes, muchos besos por los barrios, comprar en el mercado, ir al fútbol, cantar en un concierto, mancharse en una tragedia natural, vestirse de cofrade en Semana Santa, y bailar con un travelo en cualquier batahola del Orgullo si la ciudad es grande, o ponerse ciego a tortilla y vino con los vecinos, si la ciudad es pequeña.
Al fin, después de todo, ahora que empiezan a sonar por todas partes las promesas de los candidatos, casi todas hechas en clave de elecciones generales, es buen momento para recordar aquello del cínico y brillante H. L. Mencken: "Cada cita electoral es una especie de subasta anticipada de bienes robados".
