Si Sumar y Podemos llegan a un acuerdo para presentarse en coalición en las próximas elecciones generales será sobre la campana y después de haber exhibido todas las miserias y un buen número de trapos sucios en el empeño. Este viernes es el último día para registrar coaliciones y la dirección de Podemos acaba de embarcarse en otro de esos supuestos procesos de consulta con las bases cuyo único propósito es camuflar una pugna que tiene mucho más que ver con los egos y los cargos que con los proyectos políticos. Un nuevo esperpento que se suma a la colección de disparates y despropósitos que jalona la breve historia de la plataforma de Yolanda Díaz y la ya excesiva trayectoria política de Podemos.
Yolanda Díaz y Pablo Iglesias no se soportan y tanto Irene Montero como Ione Belarra son un escollo para el pacto. Alberto Garzón les enseñó el camino, pero las todavía ministras se niegan a darse por aludidas. E Iglesias, aún menos. Nadie parece dispuesto a ceder a pesar de las fuertes presiones procedentes de los medios afines al Gobierno sustentadas en las manipulaciones del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre los efectos de la desunión de las izquierdas.
Se exige responsabilidad, altura de miras y sensatez para llegar a un acuerdo a quienes no han demostrado ninguna de esas cualidades en su paso por el Gobierno de coalición. Los dirigentes de todas las formaciones en liza en este episodio nunca han estado a la altura de las circunstancias, fueran de carácter partidista o afectaran al dominio público. Siempre se han guiado por sus intereses personales, por su propio beneficio y el de los suyos, por su exclusivo interés. Y a esos condicionantes responde el espectáculo de los últimos días, las traiciones, conspiraciones, insultos e insinuaciones, la guerra de egos y de poder entre las diversas facciones territoriales de la órbita radical.
Lo que está en juego no son los proyectos de Sumar y de Podemos porque el único proyecto de estas plataformas es la política extractiva y el ejercicio despótico y nepotista del poder. Habían venido, dijeron, para cambiar la política y lo único que han hecho es practicar la vieja política en sus versiones más cutres y despiadadas, combinando altas dosis de peligrosidad con un innegable patetismo y destilando efluvios tóxicos, contaminantes y dañinos para el interés público.
Los mamporros y navajazos en la extrema izquierda responden a lógicas perversas relacionadas con el cultivo de los caudillajes y el control de fondos públicos. Nada es mínimamente democrático en el funcionamiento de estas formaciones y si no son capaces de ponerse de acuerdo para frenar su proceso de deterioro y degeneración es porque a sus dirigentes lo único que les preocupa es salvar sus posiciones y mantener sus cuotas. Lo que estamos viendo es a la izquierda en su salsa, negociando con el piolet sobre la mesa. Eso es todo.