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Locura antihumana

La izquierda ya no persigue la revolución social y económica, sino la antropológica. Pero en este inhumano propósito se estrellan contra la naturaleza.

La izquierda ya no persigue la revolución social y económica, sino la antropológica. Pero en este inhumano propósito se estrellan contra la naturaleza.
La nadadora transexual Lia Thomas. | Archivo

En el Centro Botín de Santander se ha conmemorado el quincuagésimo aniversario del fallecimiento de Picasso con dos conferencias. La primera se tituló Masculino Picasso Femenino, y la segunda, Lecturas ginocéntricas de la obra de Picasso. Según se explicó en el programa, "en estas dos conferencias se repasará críticamente la convencional visión patriarcal de Picasso y de su trabajo. Se abordarán temas como las políticas de identidad, la masculinidad y el arte o cómo transcurren los cambios en las relaciones de género en el sistema del arte, planteando y buscando respuestas en torno a la identidad de la obra y del artista".

Sería interesante conocer la reacción del revolucionario pintor malagueño si pudiera enterarse de lo que se iba a debatir sobre su obra cincuenta años después de su muerte.

Esta reciente moda ideológica, insospechable hace sólo unos pocos años, de explicar todo lo humano como una incesante lucha de sexos, ha conseguido convencer a muchos de que se trata de algo indiscutible y necesario. Mediante una propaganda asfixiante, hoy lo abarca todo.

Los políticos, intelectuales y militantes de estos asuntos, en su mayor parte féminas oprimidas por el varón blanco heteropatriarcal, inundan los medios de comunicación con sus protestas y reivindicaciones: unas gritan que "el violador eres tú"; otras se quejan de que "la cultura de dietas es violencia patriarcal"; otras explican que, para adquirir mayores niveles de igualdad, es perentorio sodomizar a los varones y "visibilizar nuestros coños"; otras, en este caso ministras analfabetes e inclusives, parece que hablan bable; otras denuncian que el pene es un "arma biológica" utilizada por los hombres "para colonizar los cuerpos de las mujeres, dejarlas rotas e inservibles y humillarlas"; otras se solidarizan con las hembras vacunas, ovinas y gallináceas por ser explotadas para obtener su leche, carne y huevos; otras otorgan más derechos a simios, gatos y ratas que a los seres humanos, a los que se puede descuartizar libremente en el seno materno; otros, en este caso varones, se apuntan a cursos "de nuevas masculinidades" para liberarse, con jueguecitos infantiles, de su "masculinidad tóxica"; otros amenazan con multas y prisión a quienes osen pronunciar galanterías o no se dirijan a ellos con el pronombre personal adecuado a su sexo –perdón, género– de elección… Valle Inclán, superado: hoy el esperpento es la realidad.

Todo esto podrá parecer pintoresco a quienes lo contemplan con la seguridad de que a ellos no les va a afectar. Pero el problema es que muchos de estos disparates se están plasmando en leyes que provocan graves consecuencias. Y más que provocarán a la siguiente generación cuando se hayan asentado por el paso del tiempo y ya nadie conciba que puedan ser criticadas.

Violadores excarcelados; jóvenes desorientados que se someten a operaciones irreversibles y después se arrepienten; hombres desesperados a causa de denuncias falsas; padres divorciados discriminados; cambios registrales de género para evadir responsabilidades, conseguir ventajas o recuperar una igualdad de derechos perdida; deportistas perjudicadas, humilladas e incluso lesionadas por la participación de varones que se dicen hembras; reclusas violadas por reclusos que se dicen hembras; talleres de masturbación y travestismo para menores de seis a doce años que ni siquiera saben de dónde vienen los niños; cifras apocalípticas de abortos, ese horror convertido mágicamente en derecho; aumento de las enfermedades venéreas debido a la frivolización del sexo; aumento de los suicidios por la frivolización de la tragedia de la transexualidad, etc. ¡Cuánta locura, cuánta injusticia y cuánto dolor!

Quedémonos tan solo con el último elemento del párrafo anterior, la transexualidad, situada fuera del alcance de la crítica política, moral y científica mediante su conversión en dogma cuya vulneración puede implicar consecuencias penales. Pero digan lo que digan las leyes y los dogmas del evangelio progre, el cambio de sexo no existe. Aparte de que sexos sólo hay dos, no es posible cambiarlos. Eso que llaman operaciones de cambio de sexo no son otra cosa que cirugía estética. Se podrán extirpar órganos e implantar remiendos, pero el hombre seguirá siendo hombre y la mujer, mujer. Por imperativo biológico, el sexo no consiste sólo en lo que cada uno tenga en la entrepierna, sino en muchas otras características estampadas indeleblemente en todas las células del cuerpo. Por eso cuando dentro de muchos siglos exhumen el cadáver de alguna persona hoy considerada transexual, los arqueólogos del futuro podrán saber perfectamente su sexo por la forma y análisis de los restos. No se puede cambiar la naturaleza del ser humano. Y si se intenta, la catástrofe está asegurada.

La lista de los efectos perniciosos de las leyes denominadas progresistas llenaría muchas páginas. Y todo ello es consecuencia de esta arremetida revolucionaria que la izquierda mundial, tras el fracaso de la redención proletaria, ha lanzado contra la última y más infranqueable frontera: la esencia misma del ser humano. En su eterno afán disolvente, la izquierda ya no persigue la revolución social y económica, sino la antropológica. Pero en este inhumano propósito se van a estrellar contra la naturaleza.

En esto, los izquierdistas posmodernos, pijos de chalé y guardaespaldas, van de la mano de los globalistas de la ONU, los multimillonarios de Davos y los conservadores que, cuando ganan las elecciones, conservan todo lo decidido por la izquierda. Y la mayoria de ese pueblo al que han dado la espalda, y para el que han diseñado un futuro de pesadilla, sigue sin darse cuenta.

www.jesuslainz.es

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