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El trazo gordo

Para ponernos a discutir sobre las acepciones de la RAE nos quedamos con lo que ya había, que al menos no tenían que ponerse de acuerdo con nadie.

Para ponernos a discutir sobre las acepciones de la RAE nos quedamos con lo que ya había, que al menos no tenían que ponerse de acuerdo con nadie.
María Guardiola, presidenta del PP de Extremadura | Europa Press

Golazo por la escuadra del ariete PSOE tras el fallo garrafal de los centrales PP y Vox en el campo del Extremadura. Enésimo capítulo de esta serie de –¿catastróficos? Es el adjetivo que me pide el cuerpo, por extraño que parezca– pactos y desacuerdos desde que terminaron las municipales, en esta agónica prórroga que nos llevará a los penaltis del 23-J.

Compareció la candidata del PP a la Junta, María Guardiola, tras obtener el PSOE la presidencia de la Asamblea, con sus votos y los de Podemos haciéndose fuertes frente a los del PP y Vox por separado. Paradójicamente, la mejor información posible sobre el divorcio de estos últimos es desconocer el anecdotario del caso. Subió Guardiola al atril y dijo muchas cosas, muy esperables y muy típicas. No por ello indefendibles, dicho sea de paso. Tres cuartos de lo mismo al otro lado: desunión, zancadillas, soberbia, es que el jefe de Madrid. Ya lo decía mi compadre David: lo mejor que a uno le puede pasar en esta vida es no tener ego. Y cuando todo me sonaba a lo de siempre, Guardiola pronunció unas palabras que ahogaron mi bostezo y resumían con magia la criptonita de nuestra democracia: "No voy a gobernar con quienes usan el trazo gordo".

Esa frase fue la estocada que me llevó a la lona. Quizá la ingenuidad, quizá las taras de ingeniero, pero siempre pensé, a raíz de ese inseparable binomio mayoría-democracia, que ésta última iba de eso. Que la manera más eficaz y práctica de gestionar al colectivo era enfocarse en la mayoría. Pero salió Guardiola y puso a temblar los cimientos, presentando el trazo gordo como la antítesis de la democracia.

Imagínense la sala de negociaciones. Mérida, dieciséis horas y treinta minutos. Otros treinta centígrados. Los dos equipos, frente a frente. Un papel sobre la mesa, con el sintagma "violencia machista". María lo extiende lentamente con la mano hasta el lado de su homónimo de Vox, que lo recoge. Tras leerlo, lo deja nuevamente sobre la mesa, tacha ese adjetivo y escribe "intrafamiliar". Se lo devuelve. Se miran a los ojos. Y comienzan las hostilidades. "Es violencia machista porque se da contra las mujeres", exclama una. "No abusa de ella porque sea una mujer, sino porque es simplemente más fuerte", replica otro. "¿Y qué hay de las estadísticas?", pregunta el compañero de la primera. "¡Dejaríamos fuera a otros casos de violencia que no son hombre-mujer!", le larga la compañera del segundo. Y es entonces, al debatir sobre lo adecuado del término, cuando parece que rompen las costuras mismas de la filosofía: las motivaciones del abusón o asesino, el contexto social donde ocurre el crimen; los culpables principales y cómplices no materiales; el matiz que puede interpelar a ciento treinta y nueve personas más que su opuesto, que en realidad no es opuesto sino sinónimo.

Y transcurren cansinas esas horas de una tarde previa al estío, y nos dan las cinco, seis, las siete, las ocho y las nueve. Las negociaciones se enfangan ligeramente; el acuerdo sobre el punto tercero de los cuarenta y cinco del acuerdo tendrá que esperar al día siguiente. Ya no les aguanta ni el sol, que también quiere irse a casa. Es entonces cuando hace acto de presencia el comedido jefe de la policía. "¿Qué quieres?", espetan al unísono. Y tímido responde que van a comparecer frente a los medios en la sala anexa: ha aparecido el cuerpo de una mujer, con su cabeza partida en dos mitades cual sandía, con su viudo dado a la fuga.

—No hemos llegado a tiempo, es una tragedia.

—Oiga, pero si alertó a las autoridades, ¿cómo es que no llegó un policía a tiempo? Que esto no es tan grande.

—Bueno, ya saben ustedes que andamos un poco justos de efectivos… Una tragedia, sin duda. Ella lo había denunciado.

—Oiga, pero si había denuncias de por medio, ¿cómo es que no tenía protección asignada o una orden de alojamiento?.

—Bueno, ya saben ustedes que últimamente en los juzgados se están demorando los procesos…

Media un abismo entre el gobernante del Estado y el individuo que gobierna. El grosor del trazo, para ser concretos. El trazo fino hay que dejarlo en casa y para la vida privada del respetable. Algunos illuminati creen que los defensores del control férreo de la inmigración ilegal organizan cacerías nocturnas como los nazis en la noche de los cristales rotos. O que los que reniegan del término machista para la violencia niegan que eso ocurra y, es más, salen de raves misóginas en su tiempo libre a azotar mujeres. Debo ser un ingenuo, pero mi corazón no es tan mezquino o tan adulto para catalogar de racistas crónicos o misóginos compulsivos a los que opinan así. El trazo gordo no es cosa de caprichos dictatoriales o de presidentes con síntomas de megalomanía. El trazo gordo es lo que mantiene unido al pueblo. Es buscar el bien común y dejar las formas como lo que son: formas. Entre otras cosas, busca que no mueran miembros de las familias, en su mayoría mujeres, con independencia del léxico y la sintaxis utilizados para expresarlo, y no que cuarenta y cinco millones de personas discutan por utilizar una palabra u otra.

Aquí estamos: sin gobierno y con dos bandos fieles a su palabra y sus votantes. Ambos ansiosos de un acuerdo y sin ganas de debates vacíos y, en cambio, sin el primero por culpa de los segundos. Desviviéndose por el futuro de Extremadura, pero sin un gobierno para ella. Dejamos a estos pintores con su trazo fino, ultimando los detalles del cuadro que han montado. Quizá sea mejor así que jugando a las matemáticas porque la última vez que revisé los resultados electorales, ni PP ni Vox habían ganado las elecciones. Me temo que, si se repite el partido, para ponernos a discutir sobre las acepciones de la RAE y otras sutilezas filosóficas nos quedamos con lo que ya había, que al menos no tenían que ponerse de acuerdo con nadie.

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