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O PP y Vox se entienden o España cae

No será fácil conciliar a Vox con el PP, y viceversa, a pesar de las cifras aritméticas surgidas de las elecciones.

No será fácil conciliar a Vox con el PP, y viceversa, a pesar de las cifras aritméticas surgidas de las elecciones.
PP

También yo lo creí, pero me equivoqué. Junto a millones de votantes, jamás imaginé muchas dificultades para poner de acuerdo a las cúpulas del PP y Vox. La cosa sería sencilla. Se negocia, se cede, se concede, en fin, se pacta hasta alcanzar gobiernos estables. Eso es la política. Ésta no es ni buena ni mala. Sencillamente, la política es. Vale para algo, incluso puede ser útil para la mayoría de la población. El reconocimiento de la política es el primer paso para comenzar a gobernar. Sin política, sin el reconocimiento de su valor para mantener vivo el cuerpo de una colectividad, la gobernabilidad es inviable.

Sin embargo, las élites políticas de estos dos partidos están dispuestas a demostrar todo lo contrario. Están asaltado el sentido común, o sea político, tanto de sus votantes como de cualquier observador imparcial de sus triquiñuelas. La política de pactos para las élites de esos partidos se ha convertido en una cuestión oscura, compleja e irresoluble. Ver para creer. Las élites de estos partidos repiten los mismos problemas del XIX y parte del XX. Vivimos en el siglo XXI, pero arrastrando los peores vicios del pasado. Sus anacronismos son bochornosos.

Sí, los dirigentes de esos partidos están demostrando con creces una verdad histórica: la derecha sin remedio, la derecha española, no tiene solución, porque está más preocupada por resolver intereses personales y partidarios que por solucionar los graves problemas de la Nación y el Estado. Sí, la izquierda y los separatistas casi han destrozado el Estado-Nación, España; quedan en pie pocas instituciones capaces de seguir vertebrando una nación unida, fuerte y dinámica, pero PP y Vox no cesan de exhibir músculo para ver quién es más bruto a la hora de elegir los medios materiales y las personas capaces de reconstruir las ruinas. Sí, hoy por hoy, el problema político más grave de España, con el sanchismo casi derrotado y los separatistas mirándose el ombligo, es cómo Vox y PP, alentados por una prensa filoterrorista y sanchista, se enfrentan para hacer inviable la salvación de España.

No será fácil conciliar a Vox con el PP, y viceversa, a pesar de las cifras aritméticas surgidas de las elecciones. Es como si estos dirigentes estuvieran reñidos con las matemáticas más elementales. No saben, en eso se parecen a la mayoría de los españoles, contar. Pero, más allá de las dificultades con los números, y de los motivos personales y partidarios, e incluso de las circunstancias concretas, que mueven a estos dirigentes, existe un mal de fondo entre estas dos fuerzas políticas que las enfrentará permanentemente. Me refiero a su peculiar manera de defender el Estado-Nación. Vox defiende, en efecto, la nación española, pero lo hace con tanta torpeza que olvida su origen y desarrollo, su historia remota y reciente, su presente y su futuro; los dirigentes de Vox oscilan, como pollo sin cabeza, entre una España nacionalista y un estatalismo falangista. El PP trata de mantener las columnas clave del Estado, pero éste no se sostiene sin la sangre: la nación. Su apoyo a la nación es, a veces, tan apático y displicente que se olvidan de España, de sus tradiciones y, sobre todo, de la definición permanente de un proyecto político integrador.

En fin, ni todos los males del país tienen su origen en las endemoniadas Autonomías, ni su solución está en un reforzamiento del Estado que se olvida de millones de seres humillados por querer ser ciudadanos, es decir, ser libres e iguales ante la ley en todos los territorios de España. A veces, claro, hay excepciones, como son el gobierno de PP y Vox en Castilla y León y el pacto alcanzado en Valencia para conformar un gobierno en la Generalidad valenciana, pero son tan mal explicadas, o peor, presentadas de modo tan vergonzante que da alas a los plumillas a sueldo de la "izquierdona" para descalificar la genuina política. La democrática: gobernar para las mayorías con sumo respeto a las minorías, o sea a la Oposición. ¡Para qué hablar de Extremadura!

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