
Una plancha doméstica y el planeta del universo infinito donde se puede leer y amar están al alcance de la mano, más cerca que nunca. La plancha sirve para relajarse y reflexionar. El planeta se contempla cuando uno ya está relajado del todo, si acaso el todo existe o alcanzamos a comprenderlo. Así nos cautiva la izquierda sin causas, la izquierda española. La que crea los problemas para proponer su solución, que no es sino otro problema que nos conduce al infinito. Ay, el infinito. Es como la plancha de verdad. Nunca se acaba…
Ya no se puede pedir el voto. Toda esta semana no se podía tampoco hablar de encuestas políticas. El ciudadano español es inmaduro, vulnerable, indeciso e influenciable. O así nos quieren los políticos para que nos parezcamos a ellos. Lo peor de las elecciones —y de la política— son las campañas, el pienso del periodismo: encuestas, debates, acusaciones cruzadas, carteles polémicos, un tuit, un meme, un tracking, otro tuit, un bulo. Y las malditas y pueriles prohibiciones.
Ahora ya hay que votar de verdad y eso sí que es importante. Hay muchos políticos danzando en la arena pero son cuatro los que se juegan el tipo —el suyo pero, sobre todo, el nuestro— en la lucha final del 23 de julio: Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo, Santiago Abascal y Yolanda Díaz. Dos del bloque de derechas y dos del bloque de izquierdas. El bipartidismo acompañado de sus remedios o sus efectos secundarios, pero dos bases sociales al fin y al cabo. España.
En realidad, la clave de este domingo es si se vuelve al bipartidismo clásico, PP y PSOE, o si sigue con dobladillo. No es que lo primero sea mejor o más deseable que lo segundo. Pero, al menos en la derecha, la inevitable escisión puede convertirse definitivamente en un problema si no hay entendimiento de gobierno, si no consuman la alternativa. En la izquierda es el comunismo el que ha cobrado vida, apenas disfrazado ya, gracias a que en los medios se le ha dado legitimidad frente al "retroceso" de las derechas.
El bipartidismo puro era cómodo pero maligno, pues fue el sistema que hizo necesarios a los nacionalismos catalán y vasco, conservadores y católicos, para completar gobiernos exiguos del PP y el PSOE. Y ese fue el nutriente del separatismo, presentado por las distintas moncloas como una colaboración necesaria con partidos amables y de Estado: PNV y CiU, la gobernabilidad a cambio de un poquito más de eso que tantos años llamaron simplemente "autogobierno". Nada más lejos de la inocencia.
Aquello fue el peor tropiezo de la democracia, asustada por el 23-F, aunque entonces no lo pareciera. No tardaron en aparecer voces en el PP que alertaron de que un nacionalista nunca se contentaría, siempre pediría más. La trampa catalana que rentabilizó los muertos de ETA mientras se construían las estructuras de un país independiente funcionó a las mil maravillas pero no engañó a personas como Alejo Vidal Quadras que, años después también con Santiago Abascal, protagonizaron la primera gran grieta en la derecha que ya había dibujado, con más fondo intelectual que político, Ciudadanos.
Hoy la derecha necesita menos coalición, menos mezcla que la izquierda para formar un gobierno constitucionalista. Necesita menos pero, lamentablemente, se soporta peor por motivos absurdos que van de la vanidad a los celos pasando por ñoñerías varias. Una cosa es una ovación en un mitin, un piropo, un clavel y otra presupuestar una ley. No hay color.
Los desafíos, sean farol o no, así en Murcia como en el futuro, no conducen a nada bueno porque la base social de la derecha reclama cambios y no falsos "sacrificios". Muchos políticos seguirán su vida como si nada, gobierne quien gobierne, y por eso se permiten decir que no les importaría consentir un desalojo y hasta una conquista de la izquierda. Eso no es cumplir una promesa ni respetar al votante. Eso es facilitar el trabajo al verdadero adversario y traicionar una demanda, amén de una temeridad estratégica.
Un bulo en el tiempo de descuento
En estas elecciones que Pedro Sánchez planificó para esconder su derrota del 28-M ha habido, como se preveía, todo tipo de estrategias y emboscadas. Pero el tinglado completo acabó tirado por los suelos el día en que Alberto Núñez Feijóo se topó con el auténtico Sánchez en un debate televisado con igualdad de tiempos. Sánchez lo perdió todo y Feijóo sólo el miedo. A partir de esta segunda gran derrota tras el aciago 28-M los bulos y las trampas han sido la tónica de campaña. Contra Feijóo, ya están todos colgando de la foto de Marcial Dorado, que data más o menos de cuando el PSOE estaba de lleno con los GAL. Eso es todo.
Pero en la derecha el ambiente se ha enrarecido más que nunca, también por los conocidos vetos de Santiago Abascal, por la aparición y desaparición de medios de comunicación inflados y desinflados con dinero de procedencias diversas, con trasvases, perfectamente legítimos pero extravagantes, de influencias empresariales de la órbita de Ciudadanos a la de Vox y, en definitiva, por el despiste mediático-político sobre las necesidades reales de los votantes, individuos que pisan la calle de verdad.
Uno nunca sabe dónde puede acabar un inocente comentario en un momento inoportuno… o un bulo en el momento exacto. Se ha dicho, con la bruma exacta, que Soraya Sáenz de Santamaría estaba "asesorando" a Feijóo. Algunos recuerdan, sin embargo, que precisamente el asunto de la foto de Marcial Dorado, único argumento ya de Sánchez contra el PP, fue filtración sorayesca y que desde entonces la publica periódicamente El País siempre que le duele algo.
Pues este mismo viernes circuló, de forma restringida pero clara, un último bulo antes de votar: Federico ha pedido el voto para Vox…
Lo primero es que Federico no suele pedir el voto, más bien dice lo que va a votar, igual que jamás esconde lo votado, que es el mejor escudo contra las insidias. No cabe mayor objetividad en el análisis —y honestidad, por cierto— que señalar cuál es el punto de partida. Lo contrario y habitual es Ana Pastor, Silvia Intxaurrondo y otros neutrales de ultraizquierda que expiden pasaportes de moderación desde la sala de banderas y con el pinganillo implantado en el cráneo de por vida. Pero para que ese bulo incipiente y restringido, y de momento mostrenco, no se convirtiera en bola de nieve hedionda a las puertas de la votación del domingo y con los políticos amordazados por la absurda ley del silencio, Federico ha vuelto a contar lo que piensa como mejor defensa, propia y ajena, y como antídoto contra la mentira que a veces se adueña de todo.
Y no hay secretos, ni artimañas. Ni posibilidad de escándalo o sorpresa. En El retorno de la Derecha está establecida la premisa: la derecha política no conoce a su base social que se mueve buscando al partido que más expectativas cubre o que menos traiciona. La suma de los dos, antes dos y medio o tres, contentaría a todos los votantes. Pero sobran líderes de partido y escasean liderazgos políticos. Hoy menos que ayer.
En esa batalla, esta casa siempre ha perdido algo por defender sus principios. Nos cuesta mantener amistades políticas y coleccionamos en el patio proyectiles procedentes del fuego cruzado. También del directo. Pero ningún francotirador o trabucaire lleva tanto tiempo en la guerra como nosotros. Los vemos llegar, mandar, sufrir, triunfar, perder y, siempre, pasar. Y algo tenemos que desconcierta a propios y extraños. Una cosa rara… Por eso, hace 23 años pusimos esa palabra rara como título central de nuestra casa.
Hay que votar. El domingo no hay otra cosa más importante. El lunes cada uno sabrá lo que tiene que hacer.
