
El tópico que siempre se repite al referirse al electorado socialista en Cataluña es ese manido que retrata al PSC como el partido al que vota la inmigración arriba a principios de los sesenta del siglo pasado. Pero al apelar a ese lugar común se olvida un pequeño detalle nada baladí, a saber: que aquellos inmigrantes internos que se instalaron en Cataluña tras el ecuador del siglo XX ya están casi todos muertos; en cuanto a sus hijos, la segunda generación, ocurre que la inmensa mayoría andamos muy a punto de jubilarnos, si es que no lo estamos. Hasta en el País Petit, sí, el tiempo pasa igual para todos.
Y eso tiene mucho que ver con otro tópico que igual sale a colación por rutina en los análisis que se hacen fuera de Cataluña sobre el PSC. Me refiero a la cantinela que describe a sus electores como poco menos que una masa amorfa e ignorante a la que se puede engañar de modo sistemático sin que ello conlleve ningún coste electoral asociado. Pero si los votantes tradicionales del PSC fueran todos tan idiotas, Ciudadanos no podría haber ganado jamás las elecciones en Cataluña. Y resulta que Ciudadanos ganó las elecciones en Cataluña gracias a recibir el voto masivo del electorado socialista. Ni tan viejos ni tan tontos, pues.
Pedro Sánchez salvó los muebles en las elecciones solo gracias al resultado extraordinario del PSC (19 escaños que valen su peso en oro). Únicamente gracias al PSC. Y resulta que, descontados a los separatistas temerosos de Vox, el grueso de los electores del PSC en julio tenía como estación de origen Ciudadanos. ¿De qué otro lugar podían provenir? De entre los cientos de miles que salieron a las calles de Barcelona para parar el golpe de octubre del 17, de ahí salieron esos votantes del PSC en las generales. Y toda esa gente no le perdonaría nunca a Sánchez la humillación infinita de tener que ver a un Puigdemont triunfal entrando en Barcelona en loor de multitud, como Jesucristo en Jerusalén. Si lo hace, lo pagará caro.