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Anomalia democrática

Quizá la peor anomalía democrática que se vive hoy España sea la imposibilidad de dialogar con un votante socialista.

Quizá la peor anomalía democrática que se vive hoy España sea la imposibilidad de dialogar con un votante socialista.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), junto a la vicepresidenta en funciones, Nadia Calviño (d), durante la primera sesión del debate de investidura del candidato popular Alberto Núñez Feijóo a la Presidencia del Gobierno. | EFE

Quizá la peor anomalía democrática que se vive hoy España sea la imposibilidad de dialogar con un votante socialista. Su sectarismo es tan obtuso como el de Sánchez. Tengo la sensación que la actual jefatura del PSOE representa bien a sus votantes. El asunto es trágico. La coherencia de cualquier discurso democrático tropieza con la evidencia de unas prácticas dictatoriales por parte de este partido. Millones y millones de personas desconocen que el régimen democrático reside en la frágil capacidad de limitarse los poderosos, especialmente si han sido elegidos por voto popular, a la hora de ejercer el poder. Las élites políticas que no ponen freno a sus impulsos autoritarios conducen a cualquier sociedad, por civilizada que sea, al desastre. El caso español empieza a ser de libro. Es difícil llegar a tanta ignominia contra la democracia por parte de un supuesto gobierno democrático.

No se trata de desconocimiento de las reglas básicas de un proceso democrático, sino de su uso perverso para convertirlas en su contrario bárbaro. Los desprecios de Sánchez al partido que ha ganado las elecciones son de tal envergadura que dan miedo. Serán estudiados por los historiadores del futuro de la actual democracia española como centros clave de la destrucción de la democracia. Aunque ya han aparecido algunos libros relevantes que denuncian la desaparición de algunos mecanismos básicos del sistema democrático con los diferentes gobiernos de Sánchez, creo que la displicencia, la soberbia y la chulería desplegada por Sánchez durante el debate de investidura de Núñez Feijóo serán motivos importantes para que aparezcan nuevos estudios sobre la dictadura que pretende Sánchez para España. Nos enteraremos bien que hay detrás de los silencios autoritarios de Sánchez, especialmente ante la amnistía y el referéndum que él negocia con los separatistas.

En fin, a lo largo de la historia de la democracia en Europa, se han escrito ciento de libros sobre las formas de exterminio democrático (sic) de la democracia. Inolvidable es, entre las grandes obras francesas del siglo XIX, el del jurista Maurice Joly, titulado Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. Describe con elegancia y precisión las perversiones autocráticas de la democracia de Napoleón III. Muchas recuerdan a las ejecutadas hoy por Sánchez. La obra de Joly es muy actual. Vigentes están aún muchos de sus esquemas, fórmulas y, sobre todo, el centro de la obra, la desconfianza extrema que todo demócrata debe ejercer contra los Maquiavelos que creen tener fórmulas más democráticas que la democracia misma. He ahí el estro último que mueve a Sánchez, y todos sus votantes, ellos se creen con derecho a todo, o sea, a decir una cosa y la contraria. Era lo mismo que deseaba Maquiavelo. La pregunta de Montesquieu al florentino es la misma que hacen millones de demócratas españoles a Sánchez:

"Quiere decir entonces que os reserváis el derecho de deshacer lo que habéis hecho, de quitar lo que habéis dado, de modificar vuestra constitución, sea para bien o para mal, y hasta de hacerla desaparecer por completo si lo juzgáis necesario. No prejuzgo nada acerca de vuestras intenciones ni de los móviles que en ciertas y determinadas circunstancias pudiera induciros a actuar; os pregunto tan sólo qué garantía mínima, por frágil que ella fuese, podrían hallar los ciudadanos en medio de tan inmensa arbitrariedad y, sobre todo, cómo os imagináis que podrían resignarse a soportarla"

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