El PSOE cuenta con un arma poderosa para implantar su proyecto de ingeniería social y mantenerse en el poder en las peores condiciones imaginables: el PP sigue su estela unos pocos años después. La amnistía a los golpistas es una apuesta descomunal que llevará la política nacional hasta unos extremos de tensión inéditos en cualquier país estructurado, pero se trata fundamentalmente de macerar a la opinión pública con mensajes que desdramaticen esa medida (ya lo están haciendo los medios y periodistas afines al sanchismo) y garantizarse el apoyo del Tribunal Constitucional (en breve, también). Con esas dos maquinarias trabajando a fondo, al final tendremos a Puigdemont de vuelta en Barcelona, procesionado bajo palio como el salvador de las esencias de la nación catalana.
Cuando Feijóo llegue eventualmente al poder se dedicará a arreglar la economía y asumirá la obra política del sanchismo como hicieron Aznar con la de González y Rajoy con la de Zapatero. Y, además, presumiendo de lealtad al antecesor socialista, faltaría más. Constatado este hecho, que confirman los casos precedentes, ¿quién puede exigir movilizaciones heroicas a los ciudadanos?
La manifestación del próximo domingo en Barcelona puede cambiar este sentimiento fatalista en tantas buenas personas que solo quieren vivir en un país normal, donde los políticos se pelean por las poltronas pero el régimen constitucional y nuestra propia esencia como Nación no esté cada día en entredicho. Un éxito arrollador puede llegar a acojonar a la izquierda y obligarla a retrasar sus planes. De lo contrario, habrá amnistía y usted y yo la veremos, como hemos visto salir de la cárcel indultados a los golpistas del procès.
La sobrerrepresentación parlamentaria de partidos regionalistas y la falta de escrúpulos del PSOE, el verdadero problema de España desde su misma creación, son los principales factores de inestabilidad política, pero su hegemonía conjunta es un hecho incuestionable debido a una Constitución que se hizo confiando, qué disparate, en que la izquierda sería patriota y los nacionalistas guardarían alguna lealtad al resto de los españoles.
Todo depende de Sánchez. Si cree que repitiendo las elecciones envuelto en una bandera de España y lanzando soflamas contra los enemigos de la nación (o sea, su socios) le irá bien políticamente, la amnistía y el referéndum serán rechazados sin contemplaciones. Si acepta tirar hacia delante, la sociedad española protestará en las calles y asistirá estupefacta a esta nueva traición de Sánchez que desarma al Estado y nos convierte en un país ridículo sometido al delirio de un puñado de arribistas. Pero es tal el hartazgo de la mayoría de ciudadanos con el llamado "problema catalán" que hasta eso será aceptado en última instancia con tal de que se callen, a ver si cogen carrerilla, se largan de una puñetera vez y nos dejan en paz.