
Dijo varias cosas interesantes Soto Ivars hace unos días cuando Susanna Griso le preguntó en antena por la tragedia de las discotecas de Murcia. Para empezar, arrancó reconociendo no saber nada de incendios ni de fuegos, lo que automáticamente le otorgó más autoridad moral que la que nunca habría tenido si hubiese dicho que en otra vida fue jefe de bomberos. Su decisión de no opinar después sobre el asunto cayó entonces con una contundencia más sonora, más significativa, pues si algo genera más respeto que la sabiduría es la humildad del sabio que reconoce abiertamente su ignorancia. La escena me recordó a aquella vez en clase en la que, después de una presentación, un compañero no supo responder a una pregunta del profesor y, en lugar de tirar para adelante como hacíamos todos en esos casos, le contestó que no estaba capacitado para aclararle nada, pero que lo estudiaría esa misma tarde y le resolvería todas las dudas que se le ocurriesen al día siguiente. Del cero no le salvó nadie, pero al menos yo aprendí que la coherencia intelectual es admirable y refrescante. Y que, a veces, la única salida satisfactoria es reconocerse superado y cerrar la boca.
La reflexión de Juan Soto Ivars y que debería hacerse viral entre todos los medios de comunicación #Murcia pic.twitter.com/lsNl6HGesN
— TVMASPI (@sebas_maspons) October 2, 2023
También me recordó a aquel artículo de Gistau. Ese en el que relataba una encerrona parecida a la que tuvo que hacer frente cuando le pidieron que opinara sobre el ébola en un momento en el que media España tenía miedo de amanecer al día siguiente señalada por la peste: "Pensé que, más allá de por dónde discurriera el programa, lo que debía evitar era convertirme en el típico ignorante en la materia que, por fingir conocimientos de los que carece, termina nutriendo aún más, de forma irresponsable, el miedo de la gente". Lo que a Soto Ivars le preocupaba el otro día no era tanto alimentar el miedo como no estar a la altura del sufrimiento ajeno. Al menos eso entendí yo cuando le escuché decir que el dolor de una madre que ha perdido a su hijo devorado por las llamas "es incalculable". Y que precisamente por eso "es intransmitible". O todavía más: "No sé qué aportamos entrevistando en este momento a esta pobre mujer". O: "Yo soy murciano, conozco el sitio, podría decir gilipolleces… pero es que prefiero no decir nada. Prefiero callarme y dejar a la gente sufrir esto que le ha pasado… Es terrible, Susanna, ¿qué más se puede decir?".
La labor del periodismo tal vez consista precisamente en agotar todas las preguntas posibles antes de llegar a la que no tiene respuesta. Y frenarse ahí, sabiendo que hay silencios mucho más elocuentes que cualquier palabra. La labor del periodista, además, engarza con la de todo ser humano que no desconozca su responsabilidad ante el dolor de quienes le rodean. Pero es difícil precisarla. Escuchando a Soto Ivars, uno se preguntaba dónde termina la información, dónde la opinión y dónde empieza el sensacionalismo. Yo entiendo que algunas veces las fronteras son más bien difusas. La clave, en cualquier caso, nos la dio él cuando reconoció haberse sentido incómodo durante la entrevista, pues la incomodidad suele ser un gran medidor de la vergüenza. Tiendo a pensar que el truco está en saber que existen realidades que no necesitan explicación, porque simplemente no la tienen. Que la mejor manera de reconocerlas es pararse y preguntarse qué más se puede decir de ellas que no lo digan ellas solas. Entender que la respuesta puede ser un "nada". Y que entonces cualquier frase las degrada.
