
El domingo 8 de octubre no es sólo una fecha para protestar por una eventual amnistía, ni ante el posible referéndum de una parte de España en contra de la voluntad de otra mucho mayor.
El 8 de octubre de 2023 es contra Pedro Sánchez, autor intelectual de un periodo convulso de la historia de España que todavía puede empeorar y mucho. Da igual que cambie palabras, retome promesas o se ofrezca en público sacrificio. El domingo 8 de octubre hay que marchar y gritar contra la mentira, su mentira, y contra las intenciones de un personaje que acomoda la ley y pervierte sus instancias para permanecer en el poder.
Ya nos presentan la amnistía y la independencia, con sus consabidos retruécanos, casi como dos nuevos "objetivos sostenibles" para añadir a la ruletita (rusa) de colores que lucen los hipócritas en sus solapas… 2030 podría ser el fin del mundo quizá aprovechando el Mundial de Fútbol que resumirá la decadencia: tres continentes, seis sedes, reparto de millones y corrupción sin freno. Como Jenny y Rubi elevados al MeToo casero o el Coliseum de Putellas, sede del castigo a una opinión basada en hechos reales… Como casi todo, al fin y al cabo: cuanto más "sostenible" hacen a una minoría, más frágil e indefensa se queda la inmensa mayoría. Con el separatismo eso es ley. A ver qué hacemos los que no tenemos un cohete a mano cuando esto se vaya "al carajo", Yolanda.
El otro pony de Ursula
El domingo 8 de octubre tampoco es sólo Barcelona. Toda España depende de ello. Y Europa, si no estuviera en su momento más cobarde, se uniría a la razón contra el golpismo nacionalista, un mal universal, un viejo conocido. Cuando quieran combatirlo ya se habrá comido a otro pony de Von der Leyen.
Lo cuenta Rubén Fernández en Libertad Digital. El figurín en funciones del Gobierno de España ha pronunciado la palabra, "amnistía", como cuando Zapatero calificó de "accidente" un atentado de ETA y luego descubrimos en las actas de la banda que así se había pactado. ¿Y qué es la amnistía? Nos lo resume el propio Sánchez:
"No deja de ser una forma de superar las consecuencias judiciales a la situación que vivió España con una de sus peores crisis territoriales en 2017".
¿Crisis territorial? Que un tipo declare la independencia, la firme y huya de España no tiene pinta de ser territorial. Que se diga que esa declaración emanó de un referéndum ilegal y, por descontado, bananero, tampoco parece muy territorial. Que los cabecillas del 1-O hostigaran y hasta desarmaran a la Guardia Civil desde el techo de un coche patrulla destrozado no es, en absoluto, territorial. Es un golpe de Estado que izquierda, derecha, jueces, prensa y empresarios han querido borrar por alguna insólita razón.
No se perdona a los agresores, se condena a los agredidos y agraviados. Si su delito se borra como en el 1984 orwelliano, la actuación represiva legal queda condenada, aunque no lo sea a efectos penales. Es la aberración golpista que sólo se explica cuando se está ante un autogolpe. Un venezolano decente lo entiende a la primera. Y eso que nos avisaron.
Entonces, ¿en España había presos políticos?, se preguntará conmocionado algún eurodespistado entre dieta y dieta. Algo habrá pasado, pensarán los burócratas, para que el mismo que dijo que traería de las orejas al prófugo ahora le envíe a su vicepresidenta en coche oficial para ver si se aviene a razones prácticas de tradicional y sana gobernabilidad. Ja sóc aqui!, espera oír Sánchez o él tendrá que irse de La Moncloa. Es una ecuación muy sencilla.
No cabe duda de que violar la ley es la forma más clara de "superar las consecuencias judiciales", como dice el candidato perdedor a presidente. Es lo que haría un preso que se fugara de la cárcel, superar las consecuencias de su delito. Dicho por un Gobierno es la más grosera violación de la separación de poderes. Es la enseña de una dictadura.
Quizá tenga una respuesta más euroconvincente Josep Borrell. Hace seis años estaba en el "circo romano" pidiendo a "las turbas" que no gritaran eso de "¡Puigdemont a prisión!" porque "a la cárcel sólo van los que decidan los jueces". Se lo decía, en Barcelona, a un piélago de banderas de España como jamás se había visto. Pero estaba subido al estrado de los que defendían la ley contra el golpe como invitado de la cuota socialista presuntamente constitucionalista. Pues ya ni eso. A la cárcel entra, y sobre todo sale, quien decida un Gobierno que borra delitos, coloca magistrados y amolda voluntades. Borrell estará explicando a los eurodisgustados que lo importante es quererse y abrazarse —ya lo dijo en 2017— y que de ahí vienen los cambios de perspectiva, nunca mentiras. Quizá propongan instalar sismógrafos por si la "crisis territorial" vomitara réplicas y Cataluña tuviera riesgo de deriva hacia Córcega. No hay nada territorial en el golpe de Estado que va ya por su sexto aniversario.
El otro pony de la alemana Ursula von der Leyen ya mira de reojo al lobo del nacionalismo que merodea por toda Europa gracias a la cobardía de un pastor español. Al primer pony lo devoró un lobo de carne y hueso y entonces la ama Ursula consideró horrorizada la posibilidad de replantear la hiper protección al cánido. No cabe más hipocresía… los okupas son majos hasta que le okupan la casa a uno. ¡Oiga, que llamo a la Policía!
No, el nacionalismo no es un problema doméstico español que se pueda visitar con cara de turista como han hecho en Granada con la amnistía, con el golpe de octubre de 2017 y con la Alhambra de fondo. Si Europa fuera algo más que una granja de despachos y tomara conciencia del problema, los nacionalistas se contentarían con celebrar juegos de montaña y concursos gastronómicos aunque en España nos siguiéramos empeñando en traducirles.
Barcelona, 8 de octubre de 2023, es una necesidad, una emergencia. El pesimismo sobre sus efectos será el mejor aliado de Pedro Sánchez, de Puigdemont y de Otegui. Europa entera, la ursulina y la valiente, tiene que ver dónde está la mayoría demócrata y alguien deberá explicar bien a los descreídos burócratas continentales que las riadas de banderas españolas son personas, individuos, no territorios, que exigen igualdad ante la ley, o sea, Libertad. En Europa y en el siglo XXI. Que no falten avisos.
En coche, en tren, en autobús o en Piolín. Ahora sí que da lo mismo. Por tierra, mar y aire se llega a Barcelona. Contra Sánchez.