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Putrefacción final

Los tribunales no imparten justicia, la igualdad ante la ley no existe, el Estado de derecho es una broma y el régimen del 78 es un enorme cadáver putrefacto.

Los tribunales no imparten justicia, la igualdad ante la ley no existe, el Estado de derecho es una broma y el régimen del 78 es un enorme cadáver putrefacto.
Pedro Sánchez. | Dailymotion

Hace algunos años, durante la presidencia del inolvidable Zapatero, coincidí en una parada de autobús con un destacado socialista, exparlamentario y a la sazón alta dignidad judicial, con el cual me unía cierta amistad y la confianza suficiente como para tirotearnos sin piedad cada vez que nos encontrábamos. En aquellos días la prensa bullía con numerosas corrupciones e interferencias del poder ejecutivo en el judicial, por lo que mi diablillo personal me sopló que no podía desperdiciar la ocasión de afearle que, sorprendentemente, los jueces iban a acabar superando a gobernantes y parlamentarios en la carrera hacia las más bajas cotas de la infamia. Él, con indisimulado orgullo de casta, insistió en que los tribunales son las columnas sobre las que se sustenta el Estado de derecho.

¿Estado de derecho dices? España no lo es –respondí–. No se ven más que corrupciones y arbitrariedades.

–Claro que lo es. Lo dice la Constitución.

–Pero eso es pensamiento mágico. El hecho de que lo diga la Constitución no lo convierte en Estado de derecho si no funciona como tal.

–Lo esencial de un Estado de derecho es el símbolo. Que funcione correctamente no es tan importante como que se declare que lo es.

–¡Pero eso que acabas de decir es lo mismo que confesar que la enunciación constitucional es una tomadura de pelo! Y, por cierto, te recuerdo el divertidísimo detalle de que toda la arquitectura del Estado de derecho cuyos últimos coletazos hoy estamos contemplando la levantó el régimen de Franco, como tú sabes mucho mejor que yo por tu edad, tu condición de magistrado y tu amistad con tu paisano y coetáneo Eduardo García de Enterría. Y lo que levantó una dictadura lo estáis demoliendo los campeones de la democracia.

El autobús llegó providencialmente a su rescate.

Pero vengámonos al hoy: "Un error judicial anula hasta seis causas de corrupción de excargos del PSOE andaluz". "La juez archiva por un error en la instrucción el caso Isofotón, que salpicaba a tres ministros de Sánchez". "Un defecto de forma en la investigación judicial deja impune una ayuda ilegal de veintisiete millones en el caso ERE". "Archivada la pieza del caso ERE por ayudas de dieciséis millones a Heineken por un error judicial". "Carpetazo inminente al rescate del gobierno a Plus Ultra por un error de la juez instructora". "Un error judicial anula la causa por blanqueo de capitales contra el marido de la exdirectora de la Guardia Civil". "Un retraso de la juez Bolaños da al traste con siete años de investigación contra veinticinco ex cargos del PSOE en Andalucía"…

Este puñado de titulares sobre el funcionamiento irregular del poder judicial, entresacados al azar entre los más recientes, podría prolongarse hasta ocupar bastantes páginas. Todo esto, junto a reformas penales, indultos, amnistías y demás demoliciones del imperio de la ley en beneficio de los golpistas y terroristas que quieren destruir España, demuestra que los delitos, por graves que sean, dejan de serlo cuando a un gobierno le interesa por egoístas intereses partidistas. Proclame lo que proclame la superflua Carta Magna, los tribunales no están para impartir justicia, la igualdad ante la ley no existe, el Estado de derecho es una broma de mal gusto y todo el régimen del 78 es un enorme cadáver putrefacto. Si fallan los jueces, última barrera contra la injusticia, desaparece la civilización.

La penúltima burla, por el momento, es la posibilidad ya anunciada de que, por efecto de la amnistía, el Estado tenga que indemnizar a Puigdemont por haber tenido que huir al extranjero injustamente ya que su delito no existió. Y la última, el hecho de que, si Felipe VI estampa su firma al pie del decreto de amnistía, lo que hará será declarar que su intervención en octubre de 2017 no fue una defensa imparcial del Estado de derecho, sino un acto tiránico contra quienes no estaban cometiendo delito alguno. Con su firma no conseguirá que sus enemigos dejen de serlo, pero sí que sus partidarios dejen de serlo. Y sellará la sentencia de muerte de la monarquía pocos días después de la jura de una heredera condenada al exilio. Pero lo verdaderamente serio no será la mudanza de la famila real a Estoril o Balmoral, sino la certeza de que, cuando la colmena pierda su monarca, el enjambre empezará a zumbar. No le envidio la responsabilidad.

Por eso me sorprenden y provocan cierta ternura quienes, con buena fe digna de mejor causa, se empeñan en reanimar lo que ya murió hace mucho y amenaza con arrastrar a su sepultura a la nación entera, ya tocada de muerte por mil motivos. Porque cortar amarras con el régimen que durante casi medio siglo la ha parasitado y sorbido sus fluidos vitales quizá sea la única esperanza que, ya en situación crítica, le quede a esta envejecida, empobrecida, invadida y envilecida nación.

www.jesuslainz.es

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