
Naturalmente, como liberal, persona pacífica en general y defensor del Estado de derecho, no puedo decir que me guste, pero tampoco puedo negar que el efecto civilizatorio que tienen un par de guantazos bien dados está en la base de que podamos tener una sociedad mínimamente pacífica y libre. Porque la ley no es suficiente. La ley funciona cuando la inmensa mayoría la respeta porque percibe que es justa y tiene la sabiduría o la conciencia suficiente como para no saltársela aun cuando podría hacerlo sin demasiado riesgo de ser pillado. Si no fuera así, si una minoría lo suficientemente grande considera la ley un obstáculo que saltar, no hay policía, jueces ni cárceles suficientes para que los demás podamos vivir en paz y disfrutar de una sociedad libre.
Pero además hay una infinidad de comportamientos y de formas de relacionarnos que escapan y deben escapar de la ley. No queremos que la policía, los fiscales, los jueces, se ocupen de todos los aspectos de nuestra vida; primero porque no podrían y segundo porque no tienen la gravedad que justifique meter al Estado y su capacidad de coacción. Muchas veces, además, son situaciones cuya evaluación depende mucho del contexto y de infinidad de matices que ninguna norma podría codificar, por mucho que los amantes del Estado niñera estén dispuestos a intentarlo.
Un padre se enfrenta con el cómico Jaime Caravaca después de que este hiciera comentarios sexuales sobre su hijo de tres meses en redes sociales. pic.twitter.com/bRBgxjcxQx
— Wall Street Wolverine (@wallstwolverine) June 3, 2024
Lo que hacen todas las sociedades es disponer de numerosos controles y contrapesos informales que les permitan funcionar, solventando los problemas que puede dar la convivencia entre extraños. Uno de ellos, por ejemplo, es la amenaza implícita que existe en las relaciones entre hombres; todos sabemos que, de superar ciertos límites, nos puede caer un puñetazo. Por eso, salvo que alguien realmente quiera pelea, nos mantenemos dentro de un comportamiento razonablemente civilizado. Una de esas líneas la sobrepasó hace unos días el cómico de izquierdas Jaime Caravaca haciendo comentarios sexuales sobre el bebé recién nacido de un tuitero de extrema derecha porque, en fin, opina distinto y por tanto se lo merece. La respuesta de éste fue ir a su espectáculo y golpearle delante de su público mientras le aconsejaba, por así decir, que ni se le ocurriera volver a hacerlo de nuevo.
Lo que más me interesa del episodio no es realmente la violencia sino la consecuencia de la misma: en lugar de enrocarse, Caravaca pidió perdón por el comentario y empezó a borrar tuits de similar mal gusto, como uno en que celebraba el aborto de Díaz Ayuso, mientras el neonazi aceptó las disculpas encantado asegurando que no le deseaba ningún mal. De repente nos dimos todos cuenta de que si las redes sociales tienden a convertirse en cloacas donde se acude a poco más que insultar y ser insultado de una forma que jamás tendría lugar cara a cara es porque ahí no funcionan los mecanismos informales que nos frenan fuera de ellas.
Un cómico muy de izquierdas y un tuitero muy de derechas han aprendido algo y, seguramente, acaben siendo mejores personas. Y no resultaría sorprendente que muchos usuarios de las redes sociales, conocedores de este precedente, se lo piensen dos veces antes de meter a los hijos ajenos en sus invectivas. En resumen, la conversación en esa plaza pública averiada que es X se ha civilizado un poco gracias a un par de guantazos. Es complicado encontrar en nuestra historia reciente otra acción de tan poco coste y tanto beneficio, la verdad.