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Lamine, Mbappé y el fútbol como metáfora

Las gradas del partido de semifinales estuvieron abarrotadas de franceses blancos animando a los franceses negros que corrían en el campo

Las gradas del partido de semifinales estuvieron abarrotadas de franceses blancos animando a los franceses negros que corrían en el campo
EFE

Los deportes de masas, o sea el fútbol, es sabido que se prestan a menudo para elaborar poderosas metáforas sociales dado su impacto popular. Es lo que está ocurriendo en este campeonato de Europa a raíz del protagonismo asumido por Lamine Yamal y Nico Williams, dos españoles descendientes de inmigrantes extracomunitarios, en la selección. Algo que lleva tiempo sucediendo con el equipo francés, un combinado donde el predominio de los jugadores negros o de origen magrebí resulta casi absoluto, como igual ocurre en el caso de otros combinados europeos, véanse el de los Países Bajos o el inglés.

Así, a partir de esa llamativa evidencia en los terrenos, la metáfora buenista dominante en los medios de comunicación construye un doble argumentario; ese que, por un lado, celebra el supuesto éxito en el proceso de integración en nuestras sociedades occidentales de los inmigrantes procedentes del mundo subdesarrollado, mientras que, por otro, señala la aportación ventajosa que supondrían tales flujos migratorios para las comunidades de acogida. Sin embargo, la triste verdad sociológica que se esconde tras todo ese entusiasmo edulcorado remite justo a lo contrario. Francia, Países Bajos e Inglaterra, como también España, están sufriendo en sus respectivas sociedades clarísimos procesos de guetificación, no de asimilación e integración, protagonizados por la inmigración ajena a Occidente y sus descendientes.

Y la gran prueba de ese problema, de ese fracaso que no se quiere ver, es precisamente el fútbol. Que las gradas del partido de semifinales estuvieran abarrotadas de franceses blancos animando a los franceses negros que corrían en el campo, sangrante contraste para cualquiera con un mínimo de sensibilidad, es la mejor acreditación de que en Europa estamos construyendo sociedades racialmente segregadas de facto. A un lado, los que tienen acceso a un desempeño vital y profesional normal; al otro, los que apenas pueden salir del hoyo de la marginalidad y la pobreza probando suerte en el mundo del espectáculo. Porque no, la metáfora no vale. Demasiados aquí ya han olvidado que los ciudadanos romanos, precisamente por serlo, no participaban nunca en los torneos del circo.

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