Puigdemont busca pelea. Se la tiene jurada a ERC desde el mismo instante en que tomó posesión del cargo de presidente de la Generalidad, en enero de 2016. En aquel momento asumió la dirección de un gobierno nombrado a medias por Oriol Junqueras y Artur Mas, un personaje todavía más gafe y nefasto que el mismo Puigdemont. Aquellos consejeros se tomaron a Puigdemont por el pito del sereno. Lo trataban como a un paleto, como un fusible con los días contados en política, una marioneta del antedicho Mas y de otros "genios" de la política mundial como David Madí o Xavier Vendrell, el exterrorista y exconsejero de la Generalidad que se está forrando en Colombia por ser amigo de Petro.
Estos fenómenos formaron un grupo de pijos que se hacía llamar el "Estado Mayor", el verdadero gobierno catalán que pegó el golpe de Estado sin mancharse las manos y sin arriesgar nada. Para eso ya estaban los canelos de Junqueras y Puigdemont y los Jordis, los jefes de la ANC y Òmnium, esas bandas separatistas que durante casi una década se adueñaron del espacio público. Puigdemont les hacía caso a todos y en todo. Era y es una especie de dron extraviado que deambula por el espacio en trayectoria irregular.
Durante estos años, tanto los de gobierno y golpe como los de fuga en Europa, Puigdemont ha acumulado un sinfín de alias. Al principio los suyos le llamaban el "Pastelero loco" por el negocio de su familia en Amer y por su manera de proceder, claro. Luego, que si el "Mocho" y el "Cocomocho" por el peinado. Más tarde un periodista de Gerona, Albert Soler, acuñó el apodo de "el Vivales". Ahora aspira a que se dirijan a él como "el Kamikaze". Asesorado por Gonzalo Boye, un abogado chileno que cumplió seis años de cárcel por el secuestro de Emiliano Revilla, Puigdemont ha ido de mal en peor.
Boye presume, por ejemplo, de haber tenido un papel clave en la redacción de ese churro infumable que es la ley de amnistía. Por indicación de Boye se paralizó el trámite de la norma para incluir en teoría más garantías para su patrocinado. De ahí que se introdujeran matices en el ámbito del terrorismo. Pero ese crack de las leyes no vio venir que el problema (uno de ellos) estaba en la malversación. Conclusión: todo el mundo se ha beneficiado de la amnistía menos Puigdemont, lo que tal vez le debería hacer pensar sobre el verdadero nivel de su letrado, que no es barato precisamente.
Ahora se presenta dispuesto al "martirio", protagonista del último acto del procés que le abdujo hace ocho años y ahora lo expulsa como un despojo, una marioneta rota que va a tener, eso sí, el privilegio de hablar en su propio funeral político. No es que no le importe que los catalanes acaben a palos, es lo que pretende.