Desde que Sánchez pagara con impunidad su investidura a Puigdemont, tienen tal tamaño los desmanes de su Gobierno que, de tanto en tanto, salta la noticia de una posible revuelta en el Grupo Socialista, donde algunos diputados podrían no votar las felonías que propone el jefe. El último en alimentar este espejismo ha sido José Luis Ábalos, encorajinado después de que Óscar Puente le sacudiera con un informe de su factura del que resulta, ¡qué sorpresa!, que el que fuera ministro de Transportes es el responsable de la trama Koldo.
El Congreso quizá rechace la reforma de la financiación autonómica para otorgarle a Cataluña la ansiada soberanía fiscal, pero no será porque ningún socialista, da igual que sea castellano-manchego o andaluz, se sustraiga a la disciplina de voto. Y, si el PSOE continuara amparando a Ábalos, tampoco él se apartaría, pues a ninguno de ellos le importa un pito la igualdad de los españoles ante la ley. Esperar que un socialista ponga el interés nacional por delante de su obediencia al partido de la que depende el momio del que disfruta es de una ingenuidad que raya en la estupidez. Antes que eso, las ranas criarán pelo y a las gallinas les saldrán dientes.
Los únicos socialistas que se oponen a lo que Sánchez hace son los que no tienen cargo que conservar, mamandurria de la que succionar o sinecura de la que gozar. Y son muy pocos. Por ejemplo, podríamos creer que Miguel Ángel Moratinos es libre para opinar libremente. Ni hablar. Dirige el programa de la Alianza de Civilizaciones, que sigue existiendo y goza de buena salud. Tiene su sede en Nueva York, en la ONU, y está financiado en su mayor parte con nuestros impuestos. Vaya usted a saber con qué generoso estipendio y con qué abundantes gabelas disfruta de su canonjía. Si Borrell se ha opuesto al acuerdo con Esquerra, será porque Sánchez no le ha encontrado un acomodo adecuado a sus grandes dotes para decir una cosa y hacer la contraria.
Ni un sólo socialista que esté calentando un sillón ha dicho nada de la amnistía o de la financiación singular. Ninguno. Y, si ahora ha empezado a decir algo el ecuánime Ábalos es porque está viendo que hay compañeros de partido que lo quieren envenenar y le desean lo peor para que Sánchez pueda jactarse de que combate la corrupción. Votará contra la soberanía fiscal de Cataluña cuando se convenza de que ha sido abandonado, pero mientras piense que puede contar o recuperar alguna protección, se mantendrá obediente y cumplirá lealmente la ley de la omertà. De modo que cuando un socialista, que ha tenido como hombre de confianza a alguien como Koldo, dice que votará en conciencia, lo que hay que preguntarse no es si se atreverá a desobedecer, sino cómo podrá hacer tal cosa si carece de ella, como les pasa por otra parte a su jefe y a su adversario de esta hora, su sucesor en el ministerio, Óscar Puente. Hay que pararlos antes de que se carguen a la nación, pero no será Ábalos el espolón de proa con el que se frenen sus desmanes.