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José García Domínguez

El concierto será la tumba del PSC

Todavía no lo saben, pero se están suicidando.

Todavía no lo saben, pero se están suicidando.
El president de la Generalidad, Salvador Illa. | Europa Press

Madrid y Barcelona (léase Cataluña) constituyen, como resulta sabido, los dos grandes imanes migratorios que atraen población extranjera hacia la Península Ibérica, y a ritmo creciente, desde que se produjo el cambio de centuria. Si bien la diferencia crítica entre esos dos territorios es que Madrid también recibe a muchos extranjeros ricos, en particular latinoamericanos, mientras que Barcelona casi sólo acoge a extranjeros pobres. Un factor compensatorio que beneficia a Madrid, ese, al que procede agregar los flujos internos de población provista de alta cualificación académica que elige instalarse en Madrid, pero no en Barcelona, por razones de orden cultural y político que no hace falta explicar.

El resultado agregado de ambas corrientes simultáneas es que ellos disponen de una clase media aspiracional en permanente expansión —la base sociológica del PP ayusista—, mientras que en Cataluña observamos el rápido desarrollo de justo la tendencia opuesta: un encogimiento numérico muy acusado de las clases medias tradicionales en beneficio de la eclosión de los barrios pauperizados de las periferias, ahora habitados ya casi en exclusiva por residentes de origen extracomunitario. Estamos hablando, para ponerle números a la reflexión, de aproximadamente dos millones de personas, sobre un censo total de ocho millones. Y eso esconde una bomba política de relojería a la que el concierto catalán servirá de espoleta y detonante.

Porque la miseria redistributiva actual no crea demasiados agravios comparativos. Pero un pastel en forma de nuevos servicios y transferencias sociales, todo ello dotado de generosas partidas presupuestarias gracias al privilegio fiscal, que ese es el escenario que viene en Cataluña, está llamado a desatar una guerra sin cuartel entre los últimos y los penúltimo de la fila. Por un lado, esas masas de recién llegados cuya pobreza extrema los llevará a monopolizar el acceso a unas ayudas institucionales cuyo criterio de reparto se fija por norma en base a los niveles de renta; por el otro, los autóctonos de las clases populares —la clientela clásica del PSC—, que se verán en gran medida excluidos del reparto. Todavía no lo saben, pero se están suicidando.

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